Ese listón tan alto que está presente en cada decisión de nuestra vida. Que nos condiciona hasta tal punto que coarta nuestra libertad de elección, de arriesgarse por algo que merece la pena.
Ese indicador que varía según el día en que te levantes. Ese, que aunque un día ignore, al día siguiente volverá a hacerse presente para repudiar mi conducta, para reprochar que no lo tuviera en cuenta.
Eso significa para ti. No para mí.
La moral no va reñida con el hecho de que en la vida hay que intentar ser feliz, aunque esa felicidad sea a veces pasajera.
Que no es inmoral lo que se mantiene en la intimidad de dos personas.
Que la moralidad no tiene que ver con el sexo sino con lo que es bueno o malo.
Y si de hacer daño se trata, yo jamás lo hice a nadie intencionadamente.
Así, con ese sentido de la moral tan elevado era imposible que tú y yo pudiéramos vivir nuestra particular historia de amor.
Te has empeñado en librar una batalla que no puedes ganar. Si te quedas con ella, me perderás a mí. Si te quedas conmigo, la perderás a ella, o al menos eso es lo que crees.
Tu lucha interna te va a acompañar por muchos de tus días. Días en los que te preguntarás que hubiera pasado, días en los que vas a añorarme, días en que querrás saber de mí, y no sabrás a quién echarle la culpa de lo que ha pasado, cuando en realidad, todo se lo debes a ella, a tu moralidad.
Esa moralidad que hace que quieras alejarte de mí a toda costa. Que te hace engañarme, que te obliga a decir cosas que me lastiman...
Esa moralidad, que cuando la apartas, hace que te sienta realmente mío.
Pero cielo, la moralidad no es como esa varita de medir en la que marcamos lo mucho que hemos crecido, que se puede borrar y subir al día siguiente si ese día te sientes valiente para enfrentarme, pero que bajas hasta el mínimo cuando no dejas de pensarme.
Dos años han pasado ya desde que te conocí, suficiente para saber que no vas a cambiar, que me duele hasta no poder más recordar los momentos que pasé a tu lado para luego caer en el más absoluto de los silencios.
Que ya no puedo seguir porque soy incapaz de creer ni una palabra que sale de tu boca, aunque me muera por besarla.
Lo único que puedo hacer es ayudarte, ayudarte a que te olvides de mí, porque eso me devolverá mi libertad.
Voy a poner entre nosotros un muro tan alto como tu moralidad. Un muro sólido, tanto que no puedas saltar, que no deje ni un resquicio, ni una esperanza. Que no nos deje ver lo que pasa al otro lado.
Pero eso sí, quiero que le digas a tu moralidad, que me voy, que al final ella consiguió ganarme, pero me voy queriéndote, me voy deseándote, me voy llevándote dentro.
Te quedas al otro lado del muro, donde quieres estar, aunque perderme te cause más dolor, que el propio muro que te has empeñado en levantar.