He empezado a realizar esta carta un día después de haber hecho la peor estupidez de mi vida. ¿Cuándo fue la última vez que te escribí? Ya no lo recuerdo. Sin embargo, se supone que eres el amor de mi vida.
Debí haber creído en tus palabras.
Nuestra historia inicia en mayo de 2002, ¿recuerdas? Creo que en estos días te he hablado. Hasta aquel momento, mi vida no tenía rumbo, toda cosa que empezaba quedaba a medio terminar, las pérdidas de materias en la universidad era ya algo común que ni siquiera ya me avergonzaba de ello, mi vida era vacía. El día que te conocí me pareciste muy linda, yo ponía la música en aquella fiesta, iba vestido de camisa de franela verde a cuadros y un jean azul… lastimosamente no recuerdo cómo ibas vestida.
Te acercaste a sugerirme cierta canción para el baile y luego otra y otra… no sé si bailamos. Toda mi vida había sido tímido y fue esa la razón por la que no entablé una conversación contigo, pero como que algo nació allí… me gustaste y no sabía la manera de pedirte que salieramos a tomar un helado. El tiempo pasaba y ya era hora de que regresaras a casa y mi angustia aumentaba por no poder decirte: ¿podemos salir un día?... Hasta que tu amiga pidió el teléfono para llamar a tu mamá y pedirle permiso para que te quedaras un rato más, en ese momento supe que te llamabas Nelly. Te quedaste, sin embargo, a pesar de que la vida me dio una oportunidad más, no supe decirte nada… o no sé si lo dije… han pasado tantos años y no recuerdo. Haciendo aquí un paréntesis, te propongo que luego de leer esta carta, si tienes algo que añadir de lo que tú recuerdes, lo hagas… es nuestra historia. Pero el destino tuvo entonces que jugar su papel y, aunque hoy me sigue pareciendo injusto, hizo algo que fue el motivo que seas mi esposa y la madre de mis tres hijos. Cuando ya era algo así como las 19:30 te ibas y fue en ese momento que encontré un esfero y pedí tu número… no asomaba ninguna hoja y optaste por escribir en mi brazo, luego por mis dedos gastados número 2xxx56 y tu nombre Nelly. Te fuiste.
Esa noche no pude dormir. Había visto a una chica linda, de estatura bajita, de cuerpo delgadito y una maravillosa sonrisa. El peor problema de mi vida ha sido mi imaginación incontrolable, que incluso ya te veía caminando conmigo del brazo como mi novia, paseando por el parque, visitando un centro comercial, yo maravillado con tu risa y tú de mi ingenuidad. Hasta entonces, mi vida sentimental había dado un par de tumbos y también lastimé mucho a una chica (hasta el día de hoy me arrepiento).
Pero esa noche fue como que una dulce ternura se posó en mi corazón. Al día siguiente, armándome de valor tomé el teléfono convencional (en ese entonces para un estudiante universitario de provincia era raro que tenga teléfono celular) y marqué por primera vez el número 2xxx756; alguien contestó y me pasaron contigo. Empezamos a tener conversaciones por teléfono y resultó maravilloso charlar contigo, en realidad nunca he sido, ni soy ni seré un buen conversador, pero tú hablabas hasta por los codos y eso me parecía maravilloso… le importaba a alguien. Te pedí salir y quedamos en encontrarnos en la Villaflora un sábado de julio a las 15:00, en pleno verano de Quito. Llegó aquel día y preparé mi mejor traje: pantalón jean negro, camisa de franela roja con cuadros negros y zapatos Caterpillar amarillos, compré una rosa blanca (obvio, la rosa roja es para cuando ya son enamorados o esposos).
El sol pegaba fuerte aquella tarde y en ese entonces sentí la sensación que Antoine de Saint Exúpery cuenta en su libro El Principito: “Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón...” Mi cabeza giraba 180 grados en tu búsqueda, realmente no sabía por dónde ibas a llegar. A medida que pasaba el tiempo era mi cuerpo el que giraba 360 grados en tu búsqueda. Dieron ya las 16:00 y nunca llegaste. Me quedé muy triste y caminé hacia la parada de buses del Recreo y en un basurero del lugar dejé la rosa. No te volví a llamar ni tampoco tú.
Pasaron cerca de dos años, y a inicios de agosto de 2004 un amigo que tenía tu número me animó para que te llamara, en realidad ya no me acordaba de tu número… ni siquiera de ti; incluso creo que si pasabas por mi lado en la calle no te hubiese reconocido. La excusa para llamarte estaba puesta: ¿Por qué no llegaste a la cita de hace dos años? Marqué el famoso 2xxx756 y para mi suerte contestaste. Al principio no sabías quien te llamaba. Yo decía frases como: ¿Ya no te acuerdas? ¿Ingrata que eres? ¿No puedo creer que hayas olvidado de mi tono de voz? (típica sureña), hasta que fue con esta pregunta que me recordaste. Hablamos, pero jamás (incluso hasta el día de hoy) me dijiste por qué no asististe a la cita. Justo por aquel mes de agosto salíamos de vacaciones de la universidad y conseguí unas prácticas por mi tierra y desde aquel lugar te llamé todo el mes de agosto hasta mediados de septiembre que tuve que regresar a Quito para matricularme en el siguiente semestre; aprovechando esto y que venía con algo de dinero te propuse una nueva cita en el centro comercial el Recreo a eso de las 14:00 del miércoles 15 de septiembre de 2004 (hasta ahora conservo el álbum de fotos de aquella pasantía que terminé dos semanas después de aquella cita).
Lo curioso es que no recordaba cómo eras y tú dijiste lo mismo respecto a mí, así que dije que iba a estar en la entrada principal con una rosa blanca (en memoria de aquella rosa que lancé al tacho de la basura dos años atrás). Y mi corazón palpitaba muy rápido, pues por la entrada principal pasaba y repasaba un sinfín de chicas, mi memoria trataba de recordarte y mis ojos se quedaban mirando fijamente a alguna chica que parecía sospechosa pero cuando pasaba de largo sabía que no eras tú. Hasta que por fin te acercaste y dijiste ¿Luis?... nos saludamos y te di la rosa. Ya en persona eras aún más parlanchina y caminamos por muchos lugares hasta que en la noche volvimos al Recreo y fue allí cuando me robaste un beso. Desde ese día nunca más nos hemos separado.
Salíamos los fines de semana a caminar, tú me abrazabas y yo te daba un beso en la frente. Empezamos a contarnos la historia de nuestras vidas, habíamos pasado por tantas cosas. Una vez, estando en el parque El Ejido tuvimos una discusión y te dije que entonces era mejor terminar… mientras me alejaba tiraste de mi chompa y dijiste: ¡No me abandones, tú no! Esa frase cambió para siempre nuestra historia y en ese momento me dije: Ella será para siempre la compañera de mi vida. El amor creció tanto y en tan poco tiempo; sin embargo, mi vida estudiantil seguía siendo una tragedia, había perdido tanto tiempo.
Para mayo de 2005 quedaste embarazada de nuestro primer hijo y yo seguía de estudiante. Ya sabes, hubo una oposición de mis padres y no pudimos estar juntos hasta que me gradué. Pensé que mi hijo no se iba a merecer un padre mediocre y entonces me dediqué a estudiar (y sabes que me gustó al punto que hace tres semanas obtuve mi maestría en ciencias). No fue sino hasta mayo de 2009 cuando nos casamos y empezamos a vivir juntos. Pero durante todo ese tiempo jamás los abandoné.
Empezamos nuestra familia. ¿Recuerdas? Al inicio no teníamos ni una aguja y lo compramos todo a medida que pasaba el tiempo. Nuestro hijo empezó a ir a la escuela. Tenía un buen trabajo, al parecer valió la pena todas las penurias que pasamos. Empecé a crecer en el conocimiento de mi profesión hasta llegar a la élite de conocimientos de la ingeniería eléctrica.
En octubre de 2013 llegó nuestro segundo hijo y en octubre de 2015 el tercero. Hemos pasado por tanto, pero desde septiembre de 2004 te he amado más que a nada en el mundo. Eres las mejor mujer de este planeta, con tus 1.50 cm y 110 libras, con tu carácter fuerte, con tu sencillez, con tus caricias, con tus besos, con tus abrazos, con esas noches de pasión y de entrega total basados en el más puro amor supiste construirme. Sin ti, mi vida no tiene sentido. Nunca nos habíamos disgustado, ni ofendido… ni nada…
Ayer te dije palabras estúpidas, te reclamé cosas estúpidas… Que imbécil que soy. Mancillé tu nombre… Dios, ¿qué me pasó? ¿Por qué te hice daño? ¿Por qué hice daño al amor de mi vida, a la mujer más maravillosa de este mundo, a la madre de mis hijos? No tengo palabras para pedirte perdón. Siento que te perdí. Nos costó tanto construir nuestra familia y yo en un par de minutos, con unas frases estúpidas, derrumbé todo ello. No merezco tu perdón… siento que te he perdido.
Tiempo, el tiempo me ayudará a levantar nuevamente nuestro amor, lucharé todos los días por ello y juro que hasta que me muera cada día te pediré perdón. Te amo y me arrepiento de todo lo que te dije. He llorado toda la noche y también mientras voy escribiendo esta carta. Ahora soy yo el que dice: ¡No me abandones, tú no!
Quito, 02 de enero de 2017