Tú, Marina, la entrañable, la lejana Citlally, historia entre las historias que cuenta sobre un paraíso febril, inexplorado, inesperado. Eres esa memoria que forma mi memoria de ti. De las olas de tu cuerpo y los ríos de la entrepierna. Eres la sal del mar que te habita, el sonoro oleaje resquebrajándose bajo la espuma.
Que gusto verte,
que gusto que seas.
¿Hace cuánto tiempo de nuestra última mirada?
¿Qué pensábamos cuando aquel momento?
Que palabras se quedaron sin decir y cuántas se dijeron de más
Cuántas lágrimas y confusos momentos pasamos tan distantes.
Tan silenciosos uno del otro.
Cuántas veces necesitamos una mano, un hombro, un abrazo, un beso, un verdadero orgasmo tal vez.
Cuantos momentos de amor,
de luz, de bendición tuvimos cada quien en su tiempo y vida.
¿Hemos creído en el amor?
¿Lo hemos sufrido?
¿Lo hemos cuestionado?
¿Lo hemos abrazado?
El amor es la única felicidad que se aprende, acumulando tristezas. Lo sé.
Sin embargo, aquí estamos,
tú con tu historia,
yo con la mía.
No sé si estamos justo donde imaginábamos que íbamos a estar.
Y aunque podemos estar bien,
no siempre es donde debemos estar.
Ha pasado mucho tiempo entre nosotros,
muchas lunas y silencios.
Deseos perdidos en el tiempo.
Sueños sin forma ni tacto que se pierden en caricias propias, húmedas, silenciosas.
Orgasmos huérfanos, que sin gesto y sonido, se dieron entre los dedos y pronunciaban el eco de tu nombre, del mío, del nuestro.
Nuestro nombre: Silencio
35 años hemos vivido en este mundo, en este plano y este tiempo.
El tiempo del hombre. Finito. Pernee.
Maravillosamente humano.
Tú estás en este mundo, en este tiempo en que respiro el mismo aire.
Donde me quema el mismo sol y me llora la misma luna.
Estas allá, como promesa de un paraíso perdido, como leyenda de aventuras y placeres. Madre luna, tierna, protectora. Hermosa madre, plena, madura, como un fruto jugoso, dulce, ansioso. Siempre llenaste mi mirada, siempre tu figura, tus ojos, tus pechos. Pero fui incapaz de reclamar mis deseos y aun cerca, siempre lejos. Porque tú querías una cosa y yo otra, porque éramos niños, exploradores, aventureros sin aventura.
Mis manos no cruzaron la frontera de tu cuerpo, de tu falda, de tu sexo,
Mis labios no supieron el sabor de tu insolencia y sólo mis ojos pudieron ver, el color de tu ausencia. Hoy aunque lejana, te regalo mi presencia y en un beso lejano te dejo mi esencia. Un beso que te cubra el cuerpo, que robe de tus senos la paciencia de una madre, de tu sexo la avidez de tus deseos y de tu corazón, el amor que siempre existió.
Colaboración de Ekthor
México