Anoche he pasado el umbral de tu cuerpo cayendo en tus instintos; lujurioso, ardiente. Placeres pecaminosos, acuerdos de deidades subterrenales, que solo las ninfas pueden habitar y el hombre solo visitar .
¡Entre el Cielo y la Tierra ahí estaba yo! Consumido entre tus ojos y los caprichos de tus manos, tu mirada sutil entre la malicia y el perdón ¡todo estaba ahí en ti! Y yo siendo el progenitor viril, inerte a tus fantasías.
Tu risa sarcástica del deseo solemne de tu ardiente cuerpo, sometiendome en tus urgidos placeres; mezquino, atrapando viento y desatando tempestades, envolviéndome en cantos de sirenas .
Juegas con mi mente escurrida en lo más profundo de mí, sustrayendo dogmas de Sumatra no escritos todavía para placeres mundanos.
Ciento en mis labios el palpitar de tu corazón desgarrado de frenéticos gemidos, entre dientes de conjuros mundanos apocalípticos; de una hechicera insaciable al pecado.
Fundido en un solo cuerpo, empapados de sudor, trazando figuras en vidrios empañados de una excitación promiscua, de una danza laica; de rituales entre sábanas mordidas, almohadas desgarradas .
Mi espalda rasgada con surcos, trazados por una batalla sin alma, solo poseídos por instintos natos del pecado al cual todos invocados por una profana que ejerce un nuevo dogma del sexo.
Ya amaneciendo entre suspiros entrecortados y dejos aún con signos de espasmos de repetidos orgasmos, concebido una noche sublime a la excitación.
Te encuentro yacente en la cama, aún impregnada de mi sabia, ungida en la fertilidad voraz de una loba en celo de una noche sin retorno...