A ti que te acercas y no hablamos.
¿Quién eres? Una más que mira mi silencio. Mi autismo.
Una más. No sé.
Y entre tú y yo la angustia de no romper...
lo que sería imposible
si nos echáramos el aliento "a tú".
Y posible mientras sigamos sin echárnoslo,
"entre nosotros". Entre los que no nos ven,
ni pierden la vista intentándolo. Incluidos tú y yo.
La verdad está aquí, en ese último aliento.
Ese que va y no tiene lugar a donde llegar,
oídos a los que llenar. Ese que va y se extingue,
como el vaho en una mañana invernal.
Sin sentido más que como signo de que aún estoy vivo.
Y es mi autismo, querida. Si eso te da la explicación...
celebrémoslo. Hagamos fiesta por haber encontrado la explicación.
Hagamos fiesta con el autista. Con el poeta.
Pero que a ella no vengan charlatanes, ojos viciosos y viciados.
Con esa condición se acabaría la fiesta, niña.
Y digo niña porque no te deseo. Porque no estás en mis fantasías.
Sino en mi realidad. Porque no eres puerta
de entrada a mis deseos. Sino que los bloqueas.
Porque eres el signo de la realidad cruda. Con todo lo maravilloso
que hay en la realidad. Aunque a veces haya que buscar...
esa maravilla. Y cuando se encuentra (porque está) te aseguro:
no hay nada mejor. Y a partir de ahí soñar la realidad para mejorarla.
En lugar de soñarla, desde la fantasía. Mas bien para estropearme.
Que es lo que he hecho
hasta hoy.
¡Basta ya de estropearse, reina! Basta ya.
Aunque tú no seas mis deseos ni mis fantasías. Y nunca lo serás.
Tampoco serás la realidad soñada. La realidad con la que sueño.
Bienvenida para todos. Pero adiós para mí.
Yo formo parte de todos. Pero tú no eres para mí.
Aunque sí para todos. Y para la parte que me toca.
Adiós.