No te vieron mis ojos, padre, desde aquella partida
liado en afanes nuevos, sin medir, apresuré el viaje
allí solito quedó sentado desde la banca, de tu rostro el mensaje
vuestra faz reflejo, serenata de tu voz de silencio, conmovida
aquel adiós sin despedida desprendido de ti, mustio paisaje.
Iluso partía, cavilando el inminente regreso, dejaba lo mío; mi viejito
y me mostró el vivir ingenuo, de lo bueno el reverso
marchábamos los dos en rutas desiguales, yo inmerso
en retorno al hogar, mientras él se encaminaba al infinito
he podido llorar, falta la lágrima que lo describa; por eso este verso
y quedan colgadas en los abismos del alma, del gemir descrito
aquel adiós, mi salida, sus ojos tristes y el destino perverso.
No pudo ser, no hubo vuelta, el espíritu en desafío al sufrir tienta,
que mi hora no tenga reposo al respirar su ausencia y no alcanzarle;
padre amado aún en mis horas negras no he cesado de amarle
estar lejos, sin aquel añorado retorno, vivir sin ti no me contenta
se enseñorea mi mal medido paso, en truncar volar y abrazarle
despojos son el luto y la pena; creer que mentí es mi tormenta
pronto quizás le sigo para así de amor, mis heridas mostrarle.
¿Qué ha sido más cruel? ¡ya que importa!, nada te devuelve
a tu seno donde aprendimos tus magníficas cualidades de hombre
añoro la piedad esparcida en tus manos y que no te asombre
remonte en vuelo; decidido a regresar la aflicción disuelve
y entonces entre paraíso y tierra te llame ¡papá! Y grite tu nombre
sacudiendo mis dudas, regalándote aquel adiós que resuelve
enjugando tú, el agua salada de mi ojo, que alegría nos vislumbre.
Colaboración de Pedro
Estados Unidos