Las manos del viejo lo delatan.
Son duras de acero, surcadas por los años,
lozanas, impecables en el niño, como esperando el reparo del destino.
A medio camino son las armas para hojear cada página de vida.
En la vejez reposan entre las sienes, como arco protegiendo el pensamiento;
buscando tal vez respuesta a lo vivido,
perezosas acaso por la agnosia del que busca y no encuentra una respuesta.
Tomad mi mano, acariciemos juntos la esperanza.
La mano del mendigo busca abrigo,
la del pobre respuesta a su pecado,
el que piensa no está de lado de esta causa,
también su mano se extiende en busca de respuesta.
Entrelazar las manos nos demuestra,
que somos indispensables en la obra,
que sin ellas se rompería tanta eficacia
de las manos del hombre y su imponencia.
Colaboración de Damo
Costa Rica