Colombia, 5 de octubre de 1994.
Mi querida adorada,
Hay cosas en la vida que tal vez jamás entienda, como cuándo se decide el sol a salir a la indignante persecución de su adorada luna o por qué prevalecen estáticas las estrellas a la espera de su tortuoso amor fugaz.
Hay cosas que sigo desconociendo, como la satisfacción que produce la venganza e incluso la crueldad. Hay cosas que siguen llamando mi atención, toda mi emoción, toda la curiosidad de mi ser. Hay cosas que sigo desconociendo, te lo digo una vez más, adorada mía, como la felicidad que me produce el ver esos tus ojos negros. Siempre tan brillantes, tan emotivos; esa sonrisa que aunque sea compartida, tiene cierta preferencia por quien espera que se acerque para darle un beso.
Ese cabello, siempre perfectamente desarreglado, con la naturalidad que amerita, como si el viento te abrazara y te soltara, como si te recordara con cada soplo que ama ver cómo éste se mueve con tal espontaneidad. Esa boca, ¡Oh, esa boca! Culpable de mis delirios, de mis distracciones momentáneas, de mis deseos tan ocultos a la multitud, de mis sueños despierto, de la continua apetencia que le genera a mis labios de posarse sobre ésta, de quedarse a descansar en lo más suave y alucinante de sus acolchados fauces.
¡Oh, mujer! ¡Oh, mi querida fémina! Que placer tan exquisito me produce esto de la complicidad, esto del anonimato, esto de eclipsarse bajo la tenue luz de la noche y a la vez bajo tu silueta en aquellos momentos de amor tan anhelados, tan llenos, tan llenos de vida, de energía, de los más puros sentimientos, sin dar paso al singular y frío deseo de la carne, sino a la sinceridad que transmite la combinación de dos sombras en su lecho.
¡Pero mi amada! ¡Oh, mi amada! Aun en esta parte del relato, hay cosas que sigo sin entender, que sigo sin comprender, como este amor tan desmedido que siento por tu ser, por tu esencia, por todo lo que me enamora de ti. Tal vez siga sin entenderlo, quizá sin comprenderlo, pero hay algo de lo que puedo hablarte con gran franqueza y es que lo siento absolutamente todo justo aquí entre los huesos, en mi alma y mi corazón: el amor del que los grandes poetas hablaron alguna vez.
Quien no comprende, pero te anhela,
Señor Montalvo.
Vista desde la mente de un hombre de antaño.
Colaboración de Luisaguarin93
Colombia