Permanecían en la liña, mudas y enhiestas. El viento no las movía ni un ápice y el sol y la lluvia habían dejado su huella. La madera otrora oscura y brillante, estaba ahora deslucida por el paso del tiempo. Quietas, como pájaros, impertérritas y mudas, se habían convertido en un despojo de los años. Cumplían bien su cometido, sólo tenían que estar ahí, los ojos de la azotea eran fieles testigos de ello. La casa, hacía años que estaba abandonada, pero se olvidaron de las trabas y las dejaron a su suerte.
Algunas personas somos como trabas de madera. Dejamos en manos de otros las riendas de nuestra vida y la toma de decisiones. Vivimos por vivir. Acatamos normas sin ponerlas en duda, ni siquiera cuestionarlas. Incapaces de desapegarnos de aquellos que nos tratan con desprecio y que nos hieren. Incapaces de emitir un juicio de valor o de decir siquiera, no. No vivimos años de rebeldía y siempre miramos a otro lado cuando surge la duda.
Seguimos adelante sin dejarnos mover por el viento, estoicos ante los avatares, desnudos en nuestro aislamiento. Pero nuestra vida nos pertenece sólo a nosotros y tarde o temprano, sentimos esa primitiva sensación de rabia y actuamos en consecuencia. Son personas que alteran el rumbo de sus vidas drásticamente y nadie entiende, sólo unos pocos comprenden. Saber por qué sólo a ellas les pertenece, quizá... ¿no se querían convertir en trabas de madera?
Colaboración de Maca Molist
España