Invierno de 2016. ¿Terminaba ahí la historia de ese amor prohibido? Todo parecía indicar que no, que aún quedaba mucho camino por andar y mucho que profundizar en su mente y en su corazón. O por desandar, según se le quisiera ver. ¿O era sólo su deseo ardiente de seguir conociendo nuevos detalles de su intimidad? Durante un tiempo, muy a su pesar, vivió con una sensación de rabia; casi de frustración.
Se sentía incapaz de desplegar nuevamente sus fuerzas e intentar un nuevo combate. Y poco faltó para que, sin haberlo intentado siquiera, olvidara ahí mismo y para siempre ese desafío estéril y enfermizo que a veces amenazaba con convertirse en afrenta. Pero está visto que cada ser humano viene a este mundo con una o varias misiones de las que nada ni nadie puede apartarlo; ni siquiera él mismo. Y su destino era, evidentemente, salir de un lío de faldas para meterse en otro.
El caso es que ese sentimiento derrotista fue temporal. Esa fuerza que vivía en él se encargó de disipar sus recelos iniciales, arrastrándolo hacia lo inevitable. Y un día de ese frío invierno descolgó todo su arsenal y se dispuso para el asalto. Sentía que era su destino.
Sin embargo, desde el principio hubo algo que lo tenía trastornado. Y es que ella era la más bonita de toda la oficina. Cuando los hombres la veían ir y venir por los pasillos y ella les sonreía, se sentían como si ya estuvieran haciéndole el amor. Y eso era lo que lo tenía trastornado y receloso, aunque ella siempre tenía para él, una sonrisa o un gesto especial; una palabra o un roce de sus manos, que no tenía para nadie más. Y eso, aunque no estuviera dispuesto a aceptarlo delante de nadie, le gustaba tanto y lo consideraba casi como si ya estuviera acostándose con ella: como si ya estuvieran disfrutando de unas deliciosas relaciones sexuales. Todo esto le resultaba irreal e irracional. Pero la gente no era racional. Él mismo no era racional.
Gracias al cielo, todo tiene su final. Y esta aventura le trajo como consecuencia, un cansancio total. El encadenamiento de poemas y deseos frustrados, amén de las mil peticiones de amor que le hizo a lo largo de mucho tiempo, no lo llevó a nada palpable y terminó por pasarle factura. Como había tenido oportunidad de experimentar en decenas de ocasiones, no se trataba de falta de oportunidades, pues las había habido de sobra. Si no habían materializado sus deseos, era porque ella no había querido; ella nunca se había entregado. Así que, aunque se afanó tenazmente en hacerla suya, todo fue inútil.
Y ya no encontró nuevos senderos por los cuales seguir, además de que estaba cansado para abrir otros nuevos o para buscar nuevas posibilidades.
Algo había aprendido en aquella caótica aventura: no siempre se puede obtener todo lo que se desea. A veces, puedes cometer la insensatez de deslumbrarte con la belleza de alguna mujer ajena, pero es tu corazón quien te indica cuando se trata de un espejismo. Y también te indica cuándo es momento de retirarte y salvar tu dignidad. Descubrir ese truco es parte del juego.
Es como descubrir cuándo los deseos no guardan relación con la razón. Es cuando te das cuenta de que no puedes engañarte a ti mismo y que es mejor dejar que surja tu espíritu analítico. Él siempre había sido un lobo solitario, así que, desde que comprendió todo esto, hizo suya esta determinación sin titubeos, pues entendió que los resultados que obtendría serían altamente provechosos para su bienestar y para su futuro. Y que siempre vendrán tiempos mejores.