Desde muy temprano me ayudas.
Me asomo por mi ventana y observo las florecitas que en delicados tallos se mecen suave o con fuerza según el ímpetu con que tú las mueves y con eso sé que vestiré para salir. Cuando finalmente abro mi puerta, me saludas acariciando mi piel y entrecerrando mis ojos verdes te recibo agradeciendo que El Altísimo te haya creado.
Al atardecer cuando el calor arrecia, aprovecho tu existencia para refrescarme con un abanico o acercándome a un árbol que sopla con sus hojas. O simplemente imitando a un ave, levanto mi rostro y disfruto de tu presencia que con fuerza te haces sentir, levantando mis cabellos que no me importa se alboroten. Siento como penetras hasta la raíz y refrescas poco a poco mi cuerpo...
¡Ah cómo percibo el cariño de mi Creador! Viento, viento, viento... Me has llevado también en remolinos borrascosos y otras veces en columnas de aire caliente que me conducen por la vida cual águila en vuelo, planeando sosegada, hasta tener nuevamente el vigor necesario para batir mis alas, con impulso grandioso y volar, volar a través de ti.
Viento, viento, viento... ¡Bendito viento! Bendito Aquel que te dio forma y te utiliza para acariciarme, refrescarme y remontarme hasta el cielo azul para navegar entre las estrellas... ¡Haciéndome MUY FELIZ!