Ella me dijo su nombre, su verdadero nombre. Luego supe que jamás habría necesidad de volvérselo a preguntar. Supe que no lo olvidaría, por lo menos no como acostumbro a hacerlo con compañeros de clase o de trabajo, personas que veo a diario. Pero no con ella.
Su nombre rondó en mi cabeza como lo harían esos canarios que ve el gato al que golpean en la cabeza en las caricaturas. Ese día, inconscientemente, asocié su nombre con un lugar a algunos kilómetros de aquí llamado Liljeholmen y quise decírselo pero no tenía objeto, la relación que había en los dos nombres era apenas algo fonético y deseché la idea.
Luego de un mes, en una de esas cortas pero amenas conversaciones, me pregunta si yo sabía que su nombre provenía de una flor. Yo le dije que sí. Luego ella continuó: “Si, significa lirio, hay de diferentes colores: blancas, azules...”. Me bloqueé por un momento por que yo estaba errado, creía que existía una flor llamada exactamente como su nombre, pero no era así. Era lirio.
Lirio. Al terminar la conversación y durante el resto del día no dejaba de pronunciar: lirio. Había algo que me inquietaba y quise averiguar acerca de la flor. En mi búsqueda sentí un pequeño respingo al ver que Liljeholmen no era totalmente ajeno a su nombre.
‘Lilja’ es lirio en sueco. Me alegré porque no me sentí tan patético como al principio, al haber visto su nombre reflejado en aquel sitio, como queriéndola ver en todos lados, como teniéndola en la cabeza a cada minuto. Como quien se enamora. No. Se trató más bien de dos palabras que tenían un sonido similar. O quizás fue sólo coincidencia, no lo sé, solo siempre presentí que habría alguna relación y punto. Por otro lado ‘Holme’ significa islote. Islote, que palabra más fea, menos mal encontré otra definición para la misma.
A ella jamás la olvidaré, no quiero hacerlo, pero si llegara a ocurrir siempre habrá un lugar que me hará recordar esos cortos pero agradables momentos. La pequeña isla de los lirios.