El amor como lo entendemos casi todos, esa sensación única e intensa que vivimos en los primeros momentos de la relación es pura química. Sí, es una descarga hormonal que produce nuestro cerebro y que implica sensaciones de pertenencia, de deseo sexual, de unión, etc. Todo esto tiene el objetivo de que nos reproduzcamos y por eso el principio de muchas relaciones se recuerda con mucho sexo.
Ese colocón hormonal sí que puede ocurrir a primera vista. Vemos a esa persona y nos ponemos nerviosos, aparecen las conocidas mariposas en el estómago, nos tiembla la voz al hablarle y nos sentimos felices, eufóricos e hiperexcitados. Esas mismas hormonas nos llevan a idealizar a la otra persona, claro, no la conocemos. Fuera de todo raciocinio comenzamos a pensar que es un ser muy inteligente, lleno de bondades y estupendísimo. Aun viendo cosas negativas las justificamos. ¿Cómo íbamos a sentir eso por cualquiera?
Pero esas hormonas, vengan de un amor a primera vista o a segunda, acaban desapareciendo naturalmente. Y entonces, ¿qué nos queda? Cuando nos desaparece el velo de los ojos conocemos a la persona de verdad, con sus virtudes y sus defectos y construimos una relación real y eso es el amor verdadero.
Consecuencias del amor a primera vista
Enamorarse da un vuelco a nuestras vidas pero podemos decir que, si es a primera vista, mucho más. Ese aspecto mágico que le damos a la experiencia nos hace difícil de creer que no sea una relación especial. Si nunca hemos sentido eso por nadie sin apenas conocerle, ¿Cómo va a ser “cualquiera”?
Durante un tiempo nos dejaremos llevar por esas mariposas pero lo suyo es que poco a poco vayamos recuperando la cordura. Si esto no ocurre es probable que nos llevemos por delante amistades, relaciones familiares e incluso el trabajo.
Además también nos puede resultar difícil creer que la otra persona no sienta nada por nosotros. El amor a primera vista no siempre es reciproco y en esos casos se puede sufrir.