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Andanzas y peripecias de Marcos (Cap. I. Lagunillas)

I. Lagunillas

-Y te vas a estudiar la preparatoria a Izúcar de Matamoros. Yo te ayudo con eso. Son sólo tres años. Después, te vas a la universidad a Puebla. Otros cuatro años más y te gradúas como catedrático. Y te pones a dar clases; te queda eso de ser maestro. Creo que eso sí lo puedo hacer. Y tú también. Ya ves que has obtenido muy buenas calificaciones en la secundaria; tienes “buena cabeza” para el estudio. No me gustaría que te quedaras aquí, donde la máxima aspiración de los hombres es trabajar como jornaleros en el campo, ocho horas diarias, ganando tres millones de pesos diarios y, llegado el sábado, día de raya, irse a las cantinas a malgastar ese dinero, tan duramente ganado, en cerveza y mezcal. Y para el domingo, llegar a la casa ya sin dinero, todo “crudo”, desvelado, cansado y pidiendo algo picoso de comer para “curártela”, como si lo que hicieron fuera una “gracia”. Ya ves que, de por sí, aquí la gente es muy “chimpleta”.

-No, hermanito. Yo no quiero eso para ti. Además, a ti te gusta vestirte bien. ¡Mira qué elegante te vistes! A ver, dime: ¿quién más en este pueblo usa una corbata como la tuya? Si vieras qué guapo te ves. Y ¡cómo hay de muchachas que quisieran estar contigo! No; te lo repito: tú no debes quedarte en este pueblo. Tienes que estudiar y ser “alguien” en la vida. Alguien importante; alguien “bien estudiado”, no un burro como todos nosotros en la familia. Creo que si te quedas aquí, vas a terminar siendo un burro. Vas a desperdiciar tus talentos y tu buena cabeza. Y tu vida. Del campo a la cantina. ¿Eso es lo que quieres para tu vida? Yo te veo como alguien que puede y tiene mucho para dar. Y, además, vas a usar esas corbatas con unos trajes elegantes. Y quizá hasta tengas una secretaria bilingüe, bonita. Eso sí que es para ti.

Todo eso era algo que me hacía soñar. Sí; sí quería ser alguien. Sí quería estudiar. Sí quería usar trajes y corbatas elegantes, como la que usaba los sábados en los bailes nocturnos; qué digo como ésa, ¡mejor! Una corbata que se anudara alrededor de mi cuello. Seguramente habría alguien que me podía enseñar a anudarla. Y ya no tendría que cuidarme tanto de que se me fuera a caer mi corbata de ganchito: de ésas que ya traen hecho el nudo y no tienes que batallar para anudártela. De ésas que temes que en cualquier momento se te caiga con el viento. ¡Nada de eso; no señor! Usaría corbatas de verdad. Y sí quería tener una secretaria bonita; ¿acaso hay alguien, en su sano juicio, que no quiera tenerla?

Pero también estaba la otra propuesta. La que me hizo mi papá. La de aprender a manejar para dedicarme a trailero. Porque los traileros ganan muy bien. Y conocen muchos lugares. Y en cada uno de ellos tienen a una mujer esperándolos. Y son respetados. Porque no cualquier “pelagatos” maneja tráiler. ¿Qué más puede pedirse? Si hasta Don Pancho, el hermano de mi cuñado Chago, con tremenda panzota, goza de todos estos privilegios y todas estas distinciones. Y hasta casa de dos pisos tiene. Y, además, cuando llega al pueblo, deja estacionado el tráiler afuera de su casa. Un tráiler nuevo, de la marca Kenworth, propiedad de COFLEMOR (Compañía Fletera de Morelos) Un tráiler de trescientos cuarenta mil millones de pesos. Y dispone de él como si fuera su legítimo dueño.

Y, por si fuera poco, su otro hermano, Tino, también es trailero. No sé para qué compañía trabaja, pero tiene una casa de tres pisos. Y siempre tiene cerveza para estar tomando cuando quiere y lo que quiere. Y, además, presume de que la gente del pueblo se persigna cuando pasa por enfrente de su casa, porque la confunden con iglesia, de lo bonita que la hizo. Sí; mi destino es muy bueno y, mi futuro, brillante. Sólo es cosa de decidirme por alguna de estas actividades.

Si me decido por esta segunda actividad, la de ser trailero, mi papá ya habló con “El Jarocho”, Don Ángel. Don Ángel tiene una camioneta pick up y acepta enseñarme a manejar. Sin cobrar más que la gasolina. Bueno, la gasolina y que yo le ayude en todos los trabajos que realice. Pero eso no me causa ningún conflicto. Es sólo trabajo. No es nada que no esté dispuesto a hacer. Cargar arena y grava, ir a traer leña, hacer viajes de materiales para construcción. Cosa así, sencillas. ¿Qué tan difícil puede ser? Sólo es esfuerzo físico. Y por lo que voy a aprender, ¡claro que vale la pena! Porque yo estoy acostumbrado a ir a traer leña en un burro. Y lo difícil no es cortar la leña y acercarla hasta donde dejo amarrado a mi burro. Eso es sólo esfuerzo físico. Lo realmente difícil es cargar al animal y verificar que ninguno de los leños quede en contacto con la piel del animal, pues si es así, el movimiento termina por herirlo. Y si no te das cuenta a tiempo, llega el momento en que el animalito ya no puede caminar por la lesión. Y entonces sí que se me armaba una buena reprimenda con mi mamá, que esperaba con ansias que yo llegara con la leña, ya que de eso dependía que pudiera cocinar toda la semana. Eso sí que es una bronca.

Y, de por sí, hay animales muy “matreros”. O no se dejan cargar o fingen estar lesionados y se echan por tierra y no hay poder humano que los levante. Hasta que les quitas la carga. Y vuelta a empezar. Dura vida la del campesino, pues. Pero nada de esto sucede con la camioneta de “El Jarocho”. No hay más que acarrear la leña desde los lugares inaccesibles, hasta el lugar donde la dejamos estacionada. Y no batallas nada para cargarla. No es mañosa y no protesta cuando le avientas la leña encima. Y no tienes que cuidar que no se lesione. Y no es necesario que la acomodes tanto. Sólo se la echas encima y ya. Qué beneficios tan grandes trae consigo la tecnología. Los inventos al servicio del hombre. Pan comido.

-¿Qué tanta leña vamos a llevar, Don Ángel?

-Llena la batea. Necesito suficiente para Estela, porque al rato toca hacer tamales y ya ves que tardan mucho en cocerse. Así que, suficiente chamaco. Síguele echando y cuando termines me avisas porque vamos a ir a buscar cuachalalate, que me lo encargó mi suegra para curarse unas lesiones muy viejas. Ese árbol es milagroso. También tú deberías llevarle a tu mamá; seguro que de algo le va a servir.

-Está bien Don Ángel. No se preocupe. Ahorita termino de llenar la camioneta. Pero de regreso yo manejo. Nada más me va usted diciendo qué hacer. Ya ve que mi papá quiere que yo sea teailero. Y para eso necesito practicar mucho eso de la manejada. No quisiera yo estar ya frente a semejante monstruo y no saber qué hacer. Seguro que me corren a la primera. Y eso si no echo a perder la caja de velocidades de mi tráiler. Ya ve que dice Don Pancho, el hermano de mi cuñado Chago, que cuestan trescientos cuarenta mil millones de pesos. Imagínese usted si lo podría pagar. Ni trabajando toda mi vida lograría pagarlo, creo.

-Ya veremos. Quizá tengas que practicar antes con la camioneta descargada, porque no es lo mismo manejarla ya cargada, que descargada. No es igual. Y yo te recomiendo que primero la manejes descargada y ya después, cuando ya sepas, lo intentas cargada, para que te vayas acostumbrando al peso de la carga.

-Pero de venida, cuando estaba descargada, usted no me dejó manejar, que porque no conocía la carretera. Entonces, ¿cuándo voy a tener suficiente experiencia para manejarla cargada, si no me deja usted manejarla descargada?

-¡Ah!, eso es porque tu papá nomás me dio cincuenta millones de pesos para la gasolina y eso no alcanza ni para medio tanque. Quedamos en que él iba a pagar la gasolina. Pero como él no lo ha hecho, ¿qué quieres que haga yo? Tampoco voy a arriesgarme a que me eches a perder la transmisión de mi camioneta, pues, ¿cómo me pagarías? Mejor será que dejes de quejarte y te apures con la leña porque se hace tarde. Si no, ¿a qué hora se van a cocer los tamales? No quiero tener broncas con Estela; ya ves que me salió medio brava.

-Está bien Don Ángel. Pierda cuidado. Yo le voy a decir a mi papá que le mande lo que le faltó para la gasolina, para que usted me deje manejar.

-Claro, chamaco. Y, además, te voy a enseñar unos cuantos trucos que hacía yo cuando era apenas un chamaco no más grande que tú. Y para que te animes, te voy adelantando algo. Cuando vivía en mi natal Veracruz, en un pueblo llamado Nanchital, que tú no conoces y que seguro no conocerás nunca, compré mi primer carrito. Era un datsuncito automático, no como esta camioneta. Ese carrito, para que me entiendas, no necesitaba que le hiciera los cambios de velocidad. Él los hacía solito. Pero me conseguí una novia, que no es Estela, mi actual esposa. Era otra, bonita como ella sola y con unas piernas, que para qué te cuento. Te puedo asegurar que no tenía piernas; tenía unos troncos por piernas. ¡Dios, qué belleza! Sólo de acordarme se me pone el cuero de gallina. Pues resulta que iba yo a traerla a otro pueblito cercano y me la llevaba yo a su casa. Ya tenía permiso de su mamá, pero no has de creer que por eso me dejaba solo con ella. ¡No señor! En ese tiempo se respetaba. No como ahora, que lo mismo encuentras a las parejitas de chamacos en la noche y en lo oscuro metiéndose mano quién sabe hasta dónde, o igual los ves a plena luz del día, besuqueándose sin que sus padres les digan nada. No, chamaco, no siempre fue así. A mí me enseñaron educación. Y cuidadito de ti si te cachaban haciéndote el gracioso. Una buena chancla te esperaba en casa. Y cuidadito también si le chistabas algo a tu mamá. Eso no se podía hacer. Y ni siquiera te avisaban. Cuando sentías, como lumbre los chanclazos. Y eso era mejor que si te ajusticiaba tu papá, porque, si tu mamá usaba una chancla, tu papá usaba un cinturón, lo cual es mucho peor, porque arde más y abarca más espacio en tu espalda.

Eso, además de que tu mamá, por más enojada que esté, jamás te va a pegar demasiado fuerte, porque le dueles. Pero a tu papá no le dueles; seguro que a él le va a valer madre y te va a dejar caer los cinturonazos por donde te caigan. Pero creo que me estoy desviando de lo que te iba a contar. Pues, resulta que, además de llevar a mi novia, tenía que llevar a su mamá también. Pero nada es imposible si eres suficientemente inteligente, si eres sagaz y decidido como yo. Lo que yo hacía, era llenar los asientos traseros con un montón de cajas de cartón vacías. Y cuando mi suegra me preguntaba qué traía en las cajas, le decía que eran unas compras que había tenido que hacer y no le daba más explicaciones, ni ella me preguntaba más. Así que ponía yo a mi novia junto a mí y hacía que pasara una pierna de mi lado, con el pretexto de que le hiciera espacio a su mamá, que subía del lado de la ventanilla. Y, aunque mi carrito era automático, como te decía, de todos modos yo aprovechaba para irle acariciando la pierna a mi novia, con el pretexto de ir haciendo los cambios de velocidades, mismos que efectivamente hacía, ya que, finalmente, mi suegra no sabía nada de carros y le hacía creer que lo que hacía era necesario. Así que ya te digo chamaco, cuando tengas tu carro, vas a poder hacer eso y mucho más, siempre que seas listo como yo.

Entre éstas y otras pláticas transcurría la vida y la instrucción de Marcos, en el pueblo de Escape de Lagunillas, del Estado de Puebla, en aquellos años de 1986, cuando al peso aún no le quitaban tres ceros. Antes de que el entonces Presidente Salinas decretara la creación del “Nuevo Peso”. El mismo, pero con tres ceros menos. Y si no mal recuerdo, esto se hizo en 1992 ó 1993. Cuando una paleta de hielo costaba mil pesos. Cuando los campesinos ganaban tres millones de pesos al día por una jornada de ocho horas de trabajo. Dieciocho millones a la semana por seis días, de lunes a sábado, en cualquiera de sus dos modalidades: entrar a las 6 de la mañana y salir a las 2 de la tarde, o entrar a las 8 de la mañana y salir a las 5 de la tarde.

Y es de este dinero del que hablo al inicio de esta narración, cuando la hermana mayor de Marcos, le aconsejaba salir de ese pueblo a buscar otras oportunidades y romper el círculo vicioso de trabajar para ir a dejar el jornal a las cantinas y prostíbulos. Pero de este capítulo y del desenlace de esta muy cierta historia, iré contándoles poco a poco, ya que es una labor harto difícil resumir la historia de la vida de una persona a una mera historia novelesca.

Se necesita tiempo, esfuerzo y paciencia para describir los pasajes, los pensamientos, las vivencias y los sentimientos de un muchacho de quince años. Ardua tarea. Y ardua tenacidad para mis hipotéticos lectores, a quienes iré adentrando en las costumbres de la época y el lugar que le tocó vivir al protagonista de esta novela, así como los acontecimientos que marcaron su vida y que, de alguna forma, lo condicionaron y lo fueron llevando a ser lo que ahora es. Una historia llena de sensaciones, de amor, de tristezas, de miedos, de sueños y desencantos. Una historia que podría ser la de cualquiera de ustedes, amables lectores. Una historia real, tan cierta como la vida misma. Una historia que quiero contarles a manera de novela, a fin de que tengan la oportunidad de conocer un poco a Marcos. Y puedan entender su contexto: el contexto en el que escribe.

También pretendo contarles de sus grandes amores. Desde los cinco años, que fue la primera vez que se “enamoró”, pasando por la primaria, la secundaria y el Heroico Colegio Militar, de donde se graduó allá por el año de 1992. Por eso, Marcos cree que es un auténtico “Chupacabras”, pues ingresó al mencionado plantel en 1988, cuando Carlos Salinas de Gortari le ganó la presidencia de la república al Ing. Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Y más.

Aún no sé hasta dónde me vaya a llevar mi gusto por escribir, ni cuántos de ustedes serán capaces de leer la historia completa de la vida de Marcos, ni cuántos capítulos va a tener esta novela. Pero aun así, lo voy a hacer. Porque es una inquietud que he tenido siempre. Y qué mejor argumento que las vivencias de Marcos y sus andanzas por el mundo. Lo digo porque yo lo conozco como la palma de mi mano.

Y, aunque quizá nunca llegue a ser ni un Cervantes ni un García Márquez ni un Vargas Llosa, desde ahorita les digo que no pretendo competir con semejantes titanes ni trato de ocupar el lugar de ninguno de ellos. No trato de ocupar el lugar de nadie, para terminar pronto. Me gusta más y prefiero crear mi propio espacio. Un lugar que nunca pueda ser ocupado por nadie más. Al igual que Marcos prefiere crear su propio espacio en el corazón de las mujeres que ha amado. ¿Se dan cuenta de por qué digo que lo conozco como la palma de mi mano?

Este es el Capítulo I de la novela sobre la vida de Marcos Romano. Aún no está terminado, pero ruego a mis amables lectores, tengan paciencia. Les voy a ir enviando los avances que vaya teniendo. Y ruego sean indulgentes al calificar este proyecto titánico que estoy emprendiendo. Gracias de antemano por tomarse un poco de su tiempo para leer esta historia tan verdadera como podría ser la de cualquiera de ustedes.


Colaboración de Marcos Romano

México
Escríbele

Mensaje al autor. . .

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