4.
Casi me olvido de Rosalía Abundiz “Rosy”. Un día de ese año de 1978, cuando yo tenía sólo siete años y ella, seis, se apareció en la casa, se presentó con mi mamá y le dijo que ella se iba a casar conmigo, por lo que se quedaba de una vez a ayudar en los quehaceres de la casa. Yo ni la conocía y ni me gustaba. Ella era hija de un vecino, don Efraín, originario del mismo pueblo de mis papás, por lo que se hablaban de “paisanos”. Mi mamá no quiso correrla y la puso a lavar unos trastes, lo que hizo sólo a medias. Rosy creía que mi papá se llamaba Ponciano, ya que cuando don Efraín lo encontraba le decía “paisano”. Yo le aclaré que tal no era su nombre, sino Elías. Y de ahí no pasó. Ella iba a ayudar a mi mamá en el día y se regresaba en la tarde a su casa. Hasta que dejó de ir, así como llegó. Fue mi compañera de estudios durante gran parte de la primaria y secundaria. La última vez que la vi fue en 1989 ó 1990; no recuerdo exactamente. Se había casado con un muchacho de Axochiapan y se había divorciado porque su marido le daba mala vida: la golpeaba.
Andando los años, pasé a 5/o. de primaria. Y apareció Margarita Montaño “La Burra”. A toda su familia le decían así, por lo que, en automático, se hacía acreedora al mismo mote. Y se convirtió en mi siguiente gran amor. La amaba con locura y soñaba el momento en que pudiéramos casarnos, pues ya lo había decidido así. Pero había un pequeño problema: ella no sabía ni de mis intenciones ni de mi amor, porque yo nunca se lo dije. Parece que amar en silencio se había convertido en mi forma de ser. Ella era mi compañera de clases en la escuela vespertina.
En ese mismo año, mientras cursaba el 5/o. grado, cayó en mis manos una revista pronográfica que había conseguido mi hermano Beto con sus amigos, creo que italiana, porque no entendía nada de lo que decía; bueno, casi nada, porque pude entender algunas cosas, como mutandine delle donne, cuando unos ragazzi le quitaban las bragas a una modelo de belleza perfecta. También pude entender toda la belleza femenina que se mostraba en la revista, lo que me hacía soñar mientras me imaginaba que se trataba de Guadalupe, una de mis compañeras que, en una ocasión, fue a la escuela en minifalda, mostrando sus hermosas piernas. Sabía que existía la masturbación, pero no sabía cómo hacerlo; no tenía idea. Pero sí me preguntaba a mí mismo, si no sería posible “engañar” al miembro viril, haciéndole creer que las modelos de la revista eran reales, a fin de obtener el placer que prometían a través de las fotografías, en donde prodigaban belleza y sensualidad, al tiempo que mostraban la perfección de los pliegues de sus partes íntimas.
Pero no sabía cómo hacerlo, por lo que no pasaba de sueños y de ocasionales dolores de testículos, derivados de quedarme “aguantándome las ganas”, sin liberar la presión que se generaba en mis genitales mientras absorbía la imagen de las modelos italianas y las comparaba con la turgencia de las piernas de mis compañeras. Por eso, en una ocasión en que andaba cuidando mis cabras en el campo, en compañía de mi hermano, me dio mucho coraje cuando, de pronto, apareció un señor que no era del pueblo, porque no lo conocía, y nos empezó a molestar diciéndonos que andábamos en el campo, para masturbarnos:
-¡Ya les cayó la verga, cabrones!- Nos dijo.
-Sé a dónde van, culeros: van a “hacerse sus pinches chaquetitas”. Lo sé porque es lo que yo hacía cuando tenía su edad. Porque a mí me “comía la verga”. O qué, ¿a ustedes no les “come la verga”? O, ¿les “come el culo”?-
Como no le contestamos nada, optó por irse y dejar de “chingar”. Pero sí me enojé mucho de que el desgraciado viejo hubiera hecho tal diagnóstico acerca de nuestra sexualidad, sin que nada de eso fuera cierto.
Terminó el ciclo escolar y pasamos a 6/o año. Pero, entre las deserciones escolares y el hecho de que, de por sí eran pocos los alumnos del turno vespertino, resultó que sólo éramos seis alumnos. Dijo el profesor Alejandro Jiménez, quien fue asignado para darnos clases, que éramos “poquitos, pero bonitos”. Sin embargo, sólo tuvimos clases una semana, pues a la siguiente, decidieron que nos pasáramos al turno de la mañana. Desaparecía el 6/o. año, turno vespertino. Nos fuimos al turno de la mañana: tres al 6/o. A, con el maestro Felipe, y tres al 6/o. B, de la maestra Cirila Ramos. A mí me tocó en el grupo B. Apenas llegando, la maestra Cirila nos aplicó un examen de exploración.
Y resultó que mis otros dos compañeros, terminaron inmediatamente. Yo tardé mucho en contestarlo. Y no entendía por qué, pues los conocía bien y sabía que no eran muy buenos como para terminar así de rápido. Otro hecho que me llamó la atención, es que las opciones no eran A, B, C, para cada pregunta, sino F, T, X, etc. En cuanto terminé de contestarlo, la maestra nos reunió a los tres y ahí, enfrente de todo el grupo, les puso una tremenda regañada a todos, excepto a mí. Mis otros dos compañeros habían obtenido 10 de calificación. Yo había obtenido 9. Porque el motivo de que las opciones no fueran A, B, C, es que se formaba una frase con las respuestas: el mensaje decía FELIZ REGRESO A CLASES. 19 preguntas. Y mis otros dos compañeros habían recibido la pauta del grupo, pues ellos ya lo habían presentado una semana antes.
A partir de ahí, la maestra Cirila me tomó mucho aprecio. E, inmediatamente demostré que era el mejor de la clase. En ese entonces y en esa zona escolar, se realizaban concursos de manera anual, de todos los grados. La Zona Escolar abarcaba Lagunillas de Rayón, Escape de Lagunillas, Ahuehuetzingo, Atencingo, Chietla, Casa Blanca e Izúcar de Matamoros. La escuela que siempre obtenía los primeros lugares en los concursos, era la Esc. Prim. Miguel Cástulo de Alatriste, de Atencingo. Y ya nadie hacía nada por arrebatarle el 1/er. lugar. Así que, se peleaban del 2/o. lugar en adelante. El primero, le “correspondía” a esa escuela. Mi maestra Cirila me dijo que yo iba a ir a concursar. Y se puso a prepararme.
Llegó el día del concurso. Presentamos los exámenes que formaban parte del certamen. Y empezaron a vocear los resultados a través de un equipo de sonido. Los nombraban de atrás para adelante, de tal manera que al primero que nombraban era el concursante que había obtenido las notas más bajas. Y, al final, sólo quedó el alumno de la escuela Miguel Cástulo de Alatriste y yo, de la escuela Lázaro Cárdenas. Uno era el primero y, el otro, el segundo lugar. Y cuando todos esperaban que me nombraran a mí como segundo lugar, nombraron al otro. Por lo que me convertí en primer lugar. El maestro de la escuela Miguel Cástulo de Alatriste no podía creerlo. Y mi maestra, tampoco. Así que, ese maestro presentó una inconformidad: alegó que nosotros ya llevábamos las respuestas; alguien, de algún modo, nos las había proporcionado, pues no se explicaba de otra forma, haberle ganado a su alumno.
Solicitó un nuevo examen. Sólo para nosotros dos. Se fijó una nueva fecha y nos presentamos al examen. Pero éste no estaba elaborado aún. Una de las condiciones que exigió, es que no se elaborara antes, pues era posible que volviéramos a obtener la pauta. Este examen se elaboró en el mismo momento, por un comité de maestros designado por la Zona Escolar. Y lo presentamos. Y volvió a quedar en segundo lugar. Y yo, en primero. Ya nadie pudo alegar nada. Perdieron su hegemonía y tuvieron que aceptarlo. Les habíamos arrebatado la corona. Y seguimos ganando todos los concursos que se organizaron en la zona escolar. Hasta la maestra Hortencia, la practicante asignada a mi grupo, estaba que no cabía de contenta. Creo que le contaba para algo el hecho de que uno de sus alumnos, ganara.
En ese año, apareció Victoria, mi siguiente gran amor. Al igual que con mis anteriores “grandes amores”, nunca concretamos nada. Llegué a hacérselo saber, pero, creo que con ella me fue peor, pues el hecho de haber ganado los concursos no me trajo sólo la fama y el reconocimiento, sino también el resentimiento de la gran mayoría del género masculino; creo que se sintieron desplazados y agredidos por el intruso recién llegado. Así que, liderados por un tal Benito, empezaron a hacer correr el rumor de mi supuesta homosexualidad. Era la forma más fácil que tenían de “vengarse” de mí, ya que, en ese entonces, las personas con preferencias sexuales diferentes, eran no sólo excluidas, sino realmente repudiadas. Su venganza fue, más bien, efímera y miserable, pues no prosperó como ellos hubieran querido, quedando olvidada al paso de los meses. Sin embargo, había llegado a oídos de mi amada Victoria, quien, por cierto, se había hecho amiga de Margarita. Y fue motivo suficiente para que no quisiera saber nada de mí. Y tuve que conformarme, nuevamente, con amarla en silencio y hacer castillos en el aire respecto a nuestra mutua vida futura. Ya me estaba acostumbrando.
Recuerdo también, de ese año, a Eliseo Ruíz, mi gran amigo a partir de ahí. Él fue uno de los pocos al que no le importaron los rumores y me ofreció su ayuda incondicional desde que llegué al turno de la mañana. Y siguió firme pese a las intrigas y chismes de los demás. Mientras él viva, siempre habrá alguien en Lagunillas, que conozca el valor de la amistad y que no se deje llevar por los chismes a que tan afecta es la gente de los pueblos chicos.
Terminamos la primaria, salimos de vacaciones y, por fin, dejamos atrás la niñez y nos fuimos a la secundaria. En ese entonces había dos opciones en Lagunillas: la Esc. Sec. Fed. por Televisión, mejor conocida como “Telesecundaria”, y la Esc. Sec. Fed. “Aquiles Serdán”. Cada una de ellas decía ser la mejor opción. Y me fui a la secundaria federal. Ya para ese entonces, eran varios de mis compañeros los que hablaban a cerca de “hacerse una chaqueta” y de lo placentero que se sentía en la “cabecita”. Yo decía que sí, que tenían razón, pero la verdad, no tenía ni idea de lo que era eso de la masturbación.
En ese año, 1/o. de Secundaria, me enamoré perdidamente de Isabel, una niña de tercero que era de la escolta de bandera: güerita, alta, rubia, delgadita, con una carita de muñeca; no se podía pedir más. Era la perfección femenina andante: perfección andante en dos piernas. Y es que el profesor Germán Luciano, profesor de educación física y encargado de la escolta de bandera, les exigía a las niñas de la escolta, que levantaran las piernas lo más alto que pudieran: un espectáculo en verdad impresionante, porque era mucho lo que lograban levantarlas. La verdad es que todas eran unas bellezas; puras niñas escogidas. Recuerdo que también formaba parte de la escolta, Rosario “Charito” y otras más, de quienes no recuerdo sus nombres. Pero Isabel, sin ser la abanderada, era la más hermosa de todas: mi dulce sueño dorado.
Volviendo un poco en el tiempo, a la época cuando llegamos a vivir al lugar donde mi papá estaba construyendo la casa de la que ya hablé en su momento, cuando yo tenía apenas ocho años, había otro matrimonio vecino, formado por Ernestina y Onésimo. Eran muy jóvenes: él tendría como dieciocho años y ella, como dieciséis. Tenían un niño: Gerardo, que era un bebé. Ellos eran como el agua y el aceite: Onésimo -“Décimo”, como le decía Ernestina “Neta”-, era muy alto, delgado, güero, de ojos azules, mientras que Neta era bajita, llenita, muy morena. Lo único rescatable eran sus piernas: muy bien formadas. Onésimo construía papalotes de papel, los elevaba y nos los regalaba a mi hermano y a mí. Era muy buena persona. Pero le tocó en suerte, casarse con Neta, que, siendo también, muy buena persona, era demasiado “caliente”: muy adicta al sexo.
Onésimo era un trabajador del campo, como casi toda la gente del pueblo: era “gañán”, lo que significa que se dedicaba a manejar una yunta de bueyes, por lo que salía de su casa a las cuatro de la mañana, para llevárselos caminando hasta los campos donde iba a trabajar y que, antes, los animales pastaran; los alimentaba, pues. Luego, llegaba la hora de uncir la yunta y se ponía a trabajar. Y, al final de la jornada, desuncía y se quedaba a alimentar a los animales. Después de darles de comer, se regresaba caminando con sus bueyes, por lo que llegaba a su casa entre las ocho y las diez de la noche. Y, al otro día, lo mismo. Por eso decían los vecinos que no “ocupaba” a Neta, ya que siempre estaba cansado por la intensidad del trabajo que desarrollaba.
Neta y Décimo se hicieron compadres de mis papás, quienes les apadrinaron a Gerardo, no sé de qué; creo que a su Primera Comunión. El caso es que se hicieron compadres, por lo que Neta iba muy seguido a mi casa, con su “comadrita”, y aprovechaba cuando mi mamá se descuidaba para estarme besando y para “invitarme” a su casa en la noche, antes de que llegara su marido. Para ese entonces, yo tendría ya como doce o trece años. Y unas erecciones venenosas, tan grandes como mi miedo a tener sexo. Pero eso no impedía que, en las noches, efectivamente visitara a Neta.
En los ríos de Lagunillas había un pez al que llamábamos “poteta”; un pescadito pequeño y panzón. Pues yo le puse ese sobrenombre a Neta: le decía Neta Poteta. Y ella sólo se reía; le parecía gracioso. Hasta que, una vez, me escuchó doña Petra “La China”, otra de las vecinas. Y le llamó la atención a Neta:
-¿Por qué permites que te diga así el pinche chamaco?- Le dijo a Neta.
-¡Ah!, de por sí así es él.- Contestó Neta. Y no quise saber más.
Hay, también, un ojo de agua: una caverna como de tres metros de diámetro por donde nace agua. Desde que tengo uso de razón, ya existía. Yo creo que produce alrededor de cien litros por segundo. El pueblo siempre se ha beneficiado con él, pues la gente del lugar ha usado su agua para bañarse, para lavar la ropa, para tomar; para todo, principalmente cuando ha fallado el suministro normal, que es cuando toda la gente tiene necesidad de ir al ojo de agua a abastecerse. Pues es en este lugar al que acudía a bañarme después de salir de la escuela. Y después de cenar algo ligero, me iba a visitar a Neta a su casa. Nos pasábamos hasta dos horas platicando y rodeando el tema del sexo: yo, deseando tenerlo con ella y, ella, también deseándolo, sin que ninguno de los dos se atreviera a dar el primer paso.
Y así, se llegó el día en que cumplí quince años. Había pasado a segundo y cursaba ya el tercer año de la secundaria. Y continuaba con mis visitas nocturnas a Neta. Y continuaba siendo virgen. Y crecían mis deseos sexuales. Y apareció Mónica en mi vida: Rosa Mónica Ortiz Alquicira, la belleza más grande que había conocido hasta ese momento. Un verdadero ángel de quien me enamoré perdidamente y con locura con sólo verla.
Pero del desenlace con Neta, incluyendo mi primera relación sexual, así como de mi relación platónica con Mónica, mi salida de la secundaria, mi relación con María de los Ángeles Rodríguez Gil, mi trabajo en la Presidencia Auxiliar Municipal de Lagunillas, así como mi posterior trabajo en el cultivo de la cebolla, con mi cuñado El Pato, hablaré en la siguiente parte de este relato.