Estoy mirando al techo, hace cinco segundos estaba profundamente dormida. Me incorporo de un salto. Vaya, sí que le gané a la alarma. Haberle ganado a este artilugio endemoniado que me despierta todas las mañanas me ha puesto el ánimo al cien.
Cojo mis pantalones deportivos y una sudadera. Tal parece que será un buen día. Nada mal para salir a correr. Cielo santo, pero qué desastre hay aquí, pensaré muy seriamente en mudarme con Alannah, ella es más ordenada que yo.
Me recojo el pelo en una coleta mientras arrastro con los pies mis Nike negros y me los pongo, a veces me sorprende lo habilidosa que puedo llegar a ser. Paso frente a mi espejo y me echo un mechón castaño por detrás de la oreja. Le giño un ojo a mi reflejo y le lanzo un beso.
Es difícil vivir sola, claro, por lo menos puedo decir que soy la emperatriz de cien metros cuadrados en los que solo mando yo. La universidad absorbe mi tiempo por completo, a veces echo de menos a mamá. Me pensaré mucho la oferta de Alannah, creo que me hará bien compartir mi espacio con alguien. Antes de que me convierta en un espantoso cavernícola que vive dentro de una caverna.
Soy una chica común. Nada materialista, me siento cómoda con las cosas rústicas. Soy poco femenina. Aunque debo decir que cuando la ocasión lo amerita, libero mi lado más femenino. Esas ocasiones son limitadas. El día es delicioso, mi pálida piel brilla cuando me rozan los rayos de luz que se filtran por la ventana.