CAPÍTULO II. TIEMPOS HURACANADOS
• Luego, cuando el video ha terminado, el teléfono suena. Es alguien que sabe que lo acabas de ver y, sólo dice: “morirás en siete días.”
The Ring (2002)
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• En verdad, no lo puedo creer; ¡me resulta increíble verte aquí! Si alguien me lo hubiera contado, no lo habría creído, pues todos creímos que habías muerto en el huracán de 1972. Y ni él ni nadie de los que lo conocimos o formamos parte de su vida, esperamos que reaparecieras. Y, menos, en las actuales circunstancias. Yo siempre supe que habías existido y que fuiste parte muy importante de su vida, pero lo ignoraba casi todo de ti; no eras más que un viejo fantasma. También sabía que él tuvo un amor que nunca pudo alcanzar y que fue el gran amor de su vida. Sin embargo, aunque Paty no guardaba secretos para mí, las escasas veces que llegue a preguntarle acerca de eso, siempre desviaba la mirada y se salía por la tangente. No le gustaba hablar de eso; parecía que era algo que le resultaba muy doloroso. Yo sabía del amor que él siempre tuvo por su contadora, pero ignoraba todo lo que había detrás de ese amor fallido. Sin embargo, de eso a que tú aparezcas de la nada, es casi como confirmar que, en verdad, eres un fantasma.
• Entiendo lo que me dices y comparto tu desconcierto; ¡yo misma me sorprendo de estar aquí! Pero, ha pasado tanto tiempo, que creí necesario desvelar esta mentira en la que me vi envuelta sin haberlo deseado; hice lo que hice porque me vi obligada por las circunstancias que vivía y porque creí que le hacía un bien a él. Sin embargo, después de tantos años, sentí la necesidad de desenmarañar el misterio que yo misma creé. Creo que, tanto yo, como tú y como Paty, fuimos víctimas colaterales y vivimos en carne propia, los estragos de ese amor imposible que mencionas. No; ese hecho nunca fue desconocido para mí. Tuve que vivir varios años a la sombra de ese amor. Él siempre creyó que yo no lo sabía o que no me daba cuenta. Pero, la verdad es que siempre lo supe, porque eso era algo que él no podía ocultar, aunque se esforzara mucho por hacerlo. Con decirte que, en una ocasión, estando dormido, empezó a hablar; creo que estaba soñando con ella, porque me abrazó y me dijo: “¿quién eres tú?” Yo estaba despierta, como me sucedía a menudo, después de que me enteré de lo que mi esposo sentía por su contadora. Así que, sin despertarlo, le respondí en el tono más suave que pude: “¿quién quieres que sea?” Pero, aun dormido, él era cuidadoso: “el amor de mi vida”, contestó. Por supuesto que yo sabía a quién se refería; y no era a mí. Pero, tampoco quise seguir preguntándole nada. No me resultaba cómodo; me resultaba doloroso, como creo que también le resultaba a Paty.
• Y, ¿fue por eso que decidiste desaparecer?
• ¿Qué habrías hecho tú? A mí no me quedó otra salida. Era quedarme, sabiendo que él amaba profundamente a otra mujer, o irme y dejarle el camino despejado para que buscara su felicidad. No fue una decisión fácil para mí. Me costó más de la mitad del alma y todo mi corazón. Pero no podía quedarme; te juro que, cuando me fui, yo estaba al borde del colapso nervioso, aunque él jamás se lo imaginó, pues yo siempre tenía una sonrisa para él. Creo que, si me hubiera aferrado a él y me hubiera quedado, ninguno de los dos habría sido feliz. Y yo creí que, desapareciendo, al menos él lo sería. Yo me iba con el corazón destrozado y no sabía si, alguna vez, iba a poder reconstruirlo. Sin embargo, haberme quedado implicaba un sufrimiento constante y creciente para mí; lacerante como hierro candente en mi alma, hasta que ya no pude soportarlo.
• Y, ¿por qué no, simplemente, le pedías el divorcio y ya? Le habrías evitado muchísimo sufrimiento a mucha gente; tú incluida.
• Lo pensé; no creas que no. Pero, siempre me encontraba con el mismo obstáculo: ¿qué le iba a decir? Creo que, el único motivo válido para pedir el divorcio, es que ya amas a la persona. Y no era mi caso; así que, no podía esgrimir ese argumento. Pensé en muchas otras salidas y las descarté todas por inviables o por falsas. Así, me pasaba las noches y los días pensando en la forma de ponerle fin a esa situación; buscando una solución que fuera viable y benéfica para todos. Hasta que ocurrió el Huracán Lily, en agosto de 1971. Ya para ese entonces, la contadora llevaba cuatro años trabajando en PEMEX. Ella entró a la paraestatal en 1967; apenas dos años después que mi esposo. Una esposa llega a conocer casi todos los aspectos de su marido: gustos, aficiones, miedos, manías; todo lo que tú ya sabes. Y yo conocía íntimamente a mi esposo; conocía hasta su forma de respirar mientras dormía. Así que, te puedo asegurar, que no me fue infiel, aun después de conocer a su contadora, de quien se enamoró apenas verla. Nosotros nos habíamos casado en 1965; el mismo año en que mi esposo entró a la empresa de la que te hablo. Sé que él luchó mucho por sacarse a su contadora de su corazón; pero, también sé que nunca lo pudo hacer.
• Sigo sin entender qué tuvo que ver el Huracán Lily con tu desaparición.
• ¡Ah!; lo que pasa es que no me has dejado terminar. Después de haber sopesado muchísimas opciones, llegué a la conclusión de que, prefería que me recordaran como una “muerta buena”, que como una “viva mala”. No tuve corazón para romper los de ellos: mis hijos y mi esposo. Además, creía que, si me esperaba más tiempo, ya no iba a poder hacerlo. Mi bebita tenía apenas un año y se estaba poniendo cada día más hermosa. Así que, si lo iba a hacer, como ya lo había decidido, tenía que ser en ese momento. Pues bien, como te venía diciendo, cuando me enteré de que ese huracán había tocado tierra en Colima y que había causado grandes destrozos y la desaparición de algunas personas, empezó a germinar en mi mente la idea de utilizar ese mismo motivo: tenía que desaparecer al amparo de un huracán. Era la forma viable que tanto había buscado; me iban a recordar de una forma bonita y jamás me iban a culpar de ser una mala persona. No fue el Huracán Lily el que utilicé para desaparecer, pero fue el que me dio la idea.
• Entonces, ¿preferiste sacrificarte tú y sacrificar a tus hijos, en lugar de sacrificarlo a él?
• De eso no tengo que decirte mucho; de cierta forma, tú has hecho lo mismo: sacrificaste todo lo que eras en favor de él. Y lo sigues haciendo hasta ahora. Creo que mi esposo tenía la facultad de cambiarlo todo; de modificar la vida de todas las personas que se relacionaban con él. Era capaz de adueñarse de la vida y el pensamiento de las mujeres que lo rodeaban. Y, yo no fui la excepción. No lo digo porque haya estado casada con él; lo digo porque eso me pasó a mí. Y era lo que les pasaba a las mujeres que lo conocían. Jamás podría yo culparlo de haber sido un mal hombre, un mal compañero o un mal padre, porque nunca fue nada de eso; su sentido de responsabilidad estaba casi por encima de su amor. Y eso lo convertía en un caballero. Yo lo admiraba por todo eso y por muchas cosas más que tú conociste tan bien durante el tiempo que conviviste con ellos. Recuerdo que, en relación a esto, él tenía un dicho que resumía su pensamiento: “para que una relación sea duradera, sus integrantes deben tener algo entre oreja y oreja; no sólo entre pierna y pierna.” Y, tenía razón. Creo que ese dicho fue acuñado por él, junto con muchos otros, pues tú sabes también que le encantaba escribir. Pero, también le encantaban las mujeres. Yo lo supe siempre. Y me arriesgué al casarme con él. Creí que nuestro amor iba a ser suficiente para soportar los embates de las demás mujeres que se atravesaran en nuestras vidas. Y así fue al principio, pues te digo que yo lo conocía muy bien y, por lo mismo, sabía que no me era infiel, aun y cuando le gustaran demasiado las mujeres. Pero, jamás esperé que se enamoraría de la forma en que lo hizo: una forma tan desinteresada contra la que no tenía yo nada que hacer. Para mi mala suerte, lo conocía íntimamente.
• Pues, a riesgo de pecar de ingenua, no logro entender por qué, a pesar de todo lo que pasaron, fuiste capaz de sacrificarte a ti misma y a tus hijos, antes que sacrificarlo a él. Él te amaba, estoy segura; pero no estoy segura de, hasta dónde fue capaz de valorar tu inmolación.
• Yo tampoco sé hasta qué punto lo hizo, pero no tengo mucho qué decirte a ese respecto; tú misma lo hiciste y ¡lo sigues haciendo! Él era así; tenía esa cualidad o defecto, como quieras llamarle. Pero, una vez que una mujer se relacionaba con él, no volvía a ser la misma; le cambiaba la vida. Era un auténtico huracán: devastador y abrasivo. Sin embargo, estoy segura de que él jamás iba a decirme lo que sentía por su contadora, aunque le fuera la vida en eso. Creo que no lo habría hecho, ni bajo tortura; era demasiado caballero para atentar contra la reputación de ella. Y, para decírmelo a mí, también lo era; no era capaz de causarme esa herida. Te digo que su sentido de responsabilidad estaba casi por encima de su amor. Y por eso vivía así: amándola permanentemente desde que la conoció y guardándoselo para él. Pero yo lo amaba tanto, que estuve dispuesta a desaparecer de su vida, con tal de que él fuera feliz. Que fuera libre para conquistarla y casarse con ella, pues era lo que en verdad deseaba él; eso era con lo que soñaba todos los días. Creí que, una vez que yo desapareciera, ella iba a acceder a sus requerimientos.
• Pues no lo hizo. Hasta donde sé, ella nunca aceptó nada con él; según lo poco que me contó Paty.
• No; no lo hizo. Cuatro años permaneció soltero; el mismo que dedicó a conquistarla. Y lo logró; de eso estoy segura. No podía ser de otra forma. Él logró penetrar profundamente en su mente y en su corazón. Pero hasta ahí llegó, porque ella jamás permitió que siguiera adelante. Al principio, yo no lograba entender por qué -como creo que él, jamás lo entendió-; pero, todo tiene su razón. Y yo la descubrí. Pero, entonces apareció Paty, de quien también se enamoró y terminaron casándose. Quizás él se cansó de arar en el desierto. Porque, también tenía otro dicho que ilustra lo que te estoy contando: “la campana debe sonar de ambos lados”. Y, creo que, en ese caso, sólo sonaba de uno: el de él.
• ¿Entonces, qué tanto crees que llegó a amar a Paty, según tu opinión?
• No lo sé a ciencia cierta. Pero, para que haya decidido casarse con ella, yo creo que, mucho. Además, hasta donde sé, ella se encontraba en un momento muy vulnerable, pues no hacía mucho que había pasado por un trance igual al que pasó mi esposo: su novio había desaparecido en un huracán. No sé cuál haya sido exactamente, pero, si fue en 1972, tuvo que haber sido el Huracán Agnes; el mismo que utilicé yo para desaparecer. Creo que ese hecho fue el que los acercó y los hizo compatibles; se identificaron en el mismo dolor.
• Sí; lo sé. Paty me contó de ese hecho que la destrozó. Hasta que conoció a Martín. Y no le importó la diferencia de edades: dieciséis años. Eso no fue obstáculo para que se enamoraran y se casaran.
• No; al contrario: ella le inyectó nuevos bríos y le proporcionó motivos y nuevas ilusiones para vivir. Y él llenó los espacios vacíos de su corazón: una relación perfectamente simbiótica. Y, además, ella tenía todo para enamorarlo: era demasiado bonita y demasiado joven. Y cumplía con el principal requisito que él consideraba indispensable para una relación duradera: era demasiado inteligente, algo que él, en verdad, valoraba. Pero creo que ni así logró arrancarle a la contadora de su corazón. Porque él llegó a amarla de una manera desmedida y completamente desinteresada. Ella siempre fue el amor de su vida. Y él se conformaba con lo que ella pudiera darle, así fuera, nada. Él siempre estuvo dispuesto a dar su vida entera por ella, a cambio de lo que fuera; aun, a cambio de nada. Creo que esa era su forma de amarla: intensa, irracional; completamente ciega.
• Sí; estoy de acuerdo contigo. Creo que a mí nunca me amó de esa manera; pero a Paty, sí. Me estabas diciendo antes, que tú descubriste el motivo por el que la contadora nunca se entregó a él. ¿Querrías decirme cuál fue la razón? Porque él cría que esa había sido la única vez que había fracasado tratando de conquistar el amor de una mujer. Y, yo también lo creo. Lo sé porque Paty era una mujer demasiado inteligente, como tú bien lo has dicho; ése fue el principal motivo de que yo me haya enamorado de ella, aun a sabiendas de que era casada. Pero, por ese mismo motivo, es que ella jamás le prohibió nada a Martín. Lo único que siempre le exigió, fue honestidad: sinceridad a toda prueba. Y que nunca comprometiera sus sentimientos. Así que, él no guardaba secretos para ella; Paty sabía todo lo que pasaba en su corazón y en su mente. Y también sabía lo de sus aventuras sexuales, mismas que nunca le preocuparon. Lo único que le dolía, era saber del amor que él siempre sintió por su contadora.
• Lo sé, amiga, lo sé. Yo no tengo tu misma inclinación, pero, si la tuviera, creo que también me habría enamorado de Paty. Pero, respondiendo a tu pregunta, cuando supe que Martín se había casado con Paty y no con su contadora, me puse a hacer algunas indagaciones que él nunca se atrevió a hacer: por qué ella nunca se entregó a él, si él la amaba más que a nada en el mundo. Y encontré algunas cosas. Me enteré, por personas que la conocían desde siempre, que ella había tenido que ver -sexualmente hablando- con todos los que habían sido sus jefes en trabajos anteriores. Y con otros que no eran sus jefes; simples compañeros de trabajo. Pero ninguno se había enamorado de ella; no pasaban de ser niños bonitos con un miembro erecto entre las piernas, pero sin nada que ofrecer, intelectualmente hablando. Por eso, cuando se dio cuenta de que Martín no era hombre de un solo acostón y se convenció de que, en verdad, se había enamorado de ella, no supo qué hacer y sintió miedo: se asustó mucho. Y es que, en una ocasión, “casualmente”, su esposo descubrió una de sus infidelidades. Y se le armó la broncota. Tanto que, incluso, intentó suicidarse. Y de eso no tenía mucho. Estaba asustadísima porque su esposo le advirtió que no le volvería a pasar ninguna otra infidelidad. Y por eso, ella se cuidaba tanto. Había dejado el trabajo que tenía y había empezado uno nuevo. Y, también, quería una nueva vida: tranquila y sin los sobresaltos que conlleva la infidelidad. Por eso, aunque Martín dedicó más de cuatro años de su vida a conquistarla, ella no estaba dispuesta a volver a poner en peligro lo que le quedaba de estabilidad, incluyendo a su familia. Ése fue el verdadero motivo y, no otro. Pero eso era algo que Martín ignoraba. Y por eso nunca pudo entenderlo; ella tampoco fue clara con él, en ese punto. Incluso, cuando ella entró a trabajar a PEMEX, fue su propio marido quien solicitó audiencia con Martín para suplicarle que no la dejara salir en horas laborables, aunque no le dijo por qué. La razón era que ella tenía por costumbre, inventar cualquier excusa cuando necesitaba salir a verse con su amante en turno, pues no lo podía hacer en horas no laborables: su marido era demasiado celoso. Después de que se enteró que ella le era infiel con sus compañeros de trabajo, su marido empezó a vigilarla. Y fue así como le descubrió una de sus infidelidades. Puso el grito en el cielo y armó una broncota: fue a buscar al amante a su lugar de trabajo y le puso una golpiza. Creo que lo habría matado ahí mismo, pero los demás empleados se lo impidieron. Más tarde, lo fue a buscar a su casa. Y ahora, fueron los propios papás del amante, quienes lo defendieron de la fiera en que se había convertido. En ese entonces, la contadora y su amante trabajaban en una concesionaria de maquinaria agrícola: vendían tractores de la marca International. Y hasta allá fue el marido, a hablar con el gerente y jefe de los dos, exigiendo que despidiera al susodicho amante, o haría público lo que sucedía al interior de ese negocio. El gerente, intuyendo que habría problemas, pues también él había tenido sus “queveres” con la contadora, optó por despedirlo. Y ella se tragó un frasco de barbitúricos, para escapar de su mala fortuna. No se murió, pues el marido, aunque estaba destrozado, actuó con rapidez y la llevó al hospital, donde manejaron el caso como “intoxicación medicamentosa”. Pero, nada de esto fue nunca del conocimiento de Martín. Casi nadie quería hablar de esto y, ella, por supuesto, nunca hablaba de ese caso que quería sepultar en su pasado. No me creas, pero hubo ocasiones en que las que estuve a punto de decírselo a Martín, aunque fuera indirectamente, pues yo ya “había muerto”, oficialmente hablando. Pero yo me sentía con esa responsabilidad moral para que él supiera quién había sido ella y que, a mi juicio, no era la flor de loto que él creía. Pero, como todos tenemos derecho a enmendar el camino después de equivocarnos, no fui capaz de decir nada; máxime, que yo misma me sentía culpable de haber desaparecido para dejarle el camino libre, sin conocer los antecedentes de su contadora. Quizás, de haber sabido antes lo que ahora sé, no me habría ido como lo hice entonces.