Así que, no fue el Huracán Lily, sino Agnes, en 1972, el que aproveché para emprender la graciosa huida. A mediados de junio de ese año, decidimos irnos de vacaciones. Nos fuimos a Cancún, Q.R., que, en ese entonces, no era lo que es hoy; eran playas vírgenes, paradisíacas. Pero casi todo era rural. Eran pocos los hoteles; casi todos, familiares. El día que llegamos, todo fue paz y diversión a la vez; nos fuimos a la playa, nadamos jugamos y nos asoleamos todo el día. Fue un bonito día: soleado y tranquilo, como ya dije. El ciclo escolar no había terminado todavía y la afluencia de turistas era muy baja, por lo que todo era para nosotros: playa, albercas, restaurantes; todos se desvivían por atendernos. Pero en la noche, después de acostarnos, él empezó a soñar; lo sé porque empezó a hablar. Al principio, creí que estaba hablando conmigo, pero no pasó mucho tiempo para darme cuenta de que, en realidad, estaba dormido. Y esa fue la primera y única vez que escuché su nombre en labios de mi esposo; aunque él era en extremo cuidadoso, creo que su subconsciente acabó traicionándolo. Ya no pude dormir y ya no pude soportarlo; así que, antes de que amaneciera, salí a caminar, aprovechando que mi esposo y mis hijos seguían dormidos. Pero, al llegar a la playa, me encontré con un señor ya grande; era pescador y estaba asegurando su lancha. Al verme, me sonrió y me dijo que debería volver al hotel porque se avecinaba una tormenta. Yo le devolví el saludo y la sonrisa; le agradecí la advertencia y le pregunté cómo podía saber algo así. “Niña -me dijo-, llevo toda mi vida en este lugar. He sido pescador por muchos años y conozco las condiciones que preceden a una tormenta. Sé lo que digo porque lo he vivido muchas veces. Así que, puede creerme: será mejor que regrese a su hotel, si no quiere morir; esta tormenta va a ser bastante grande. Nos va a desmadrar”. Esa era la señal que había pedido a Dios: era la señal que necesitaba para desaparecer. Las condiciones estaban dadas. Regresé al hotel, pero sólo para recoger mis pertenencias personales más elementales: dinero e identificaciones. Antes de salir, avisé al encargado del hotel, que, si mi esposo preguntaba por mí, le dijera que había salido a caminar por la playa. Esto era algo que me gustaba hacer de manera habitual; no sería extraño que lo hiciera, pues. El encargado me dijo que tuviera cuidado porque era probable que pegara un huracán y que mejor sería que me quedara en el hotel. Le agradecí su recomendación, pero le dije que no se preocupara, pues no pensaba ir muy lejos; que sólo quería saludar al sol. Salí del hotel sin volver la vista atrás y me fui. El huracán no tardaría en tocar tierra, pero para ese entonces, yo ya iba rumbo a Mérida. Me oculté en esa ciudad mientras pasaban los estragos del huracán y, en cuanto pude, volé a la Ciudad de México y, de ahí, a Cuba, donde tenía algunos amigos originarios de allá, a quienes había conocido cuando éramos estudiantes en la Escuela de Enfermería y Obstetricia, en la Ciudad de México. Allá me ayudaron a cambiar de identidad, pues les hice creer que mi vida corría peligro en México. Ellos no acostumbraban preguntar mucho; la situación que vivían les hacía comprender a alguien en mi situación y les hacía sentir empatía conmigo. Además, había otro factor clave que jugó en mi favor: en esa época no era fácil el intercambio de información entre los diferentes niveles de gobierno ni entre las policías que les dependían. Por eso me fue, relativamente sencillo, llegar hasta Cuba y hacerme parte de su población. Allá me puse a estudiar la carrera de medicina, ya bajo mi nueva identidad. Me gradué y me quedé a ejercer en la isla. Atrás había quedado mi vida anterior, junto con mi antigua identidad y mi antigua familia. Ahora era una doctora cubana.
Tu historia parece sacada de una película de Al Pacino: al final, ya no sabe uno qué creer. Me parece fantástica, aunque no absurda. Sin embargo, yo no puedo juzgarte por lo que hiciste; yo misma tengo “cola que me pisen”. Lo digo por todo lo que tuve que vivir antes de conocer a Paty. Yo la conocí en 1988, cuando ella tenía treinta años y yo, treinta y cuatro; yo nací en 1954. Para ese entonces, ya sus niñas tenían once años la grande y, siete la chiquita. Paty y yo teníamos muchas coincidencias en nuestras vidas; creo que por eso nos enamoramos. Y por eso, siempre nos llevamos tan bien: siempre fuimos muy buenas amigas, al margen de la relación sentimental que logramos forjar. Y, además, teníamos otro punto de coincidencia: las dos amábamos a Martín. Y él nos amaba a ambas. Nuestra relación nunca fue ortodoxa, pero fuimos muy felices siempre, los tres juntos. Entre los dos me enseñaron nuevos caminos; nuevas formas de ver la vida. Entre los dos me hicieron olvidar mi pasado y me dieron una vida en familia: amorosa y llena de respeto. Algo que yo no había conocido nunca antes; algo que, quizás, nunca puedan entender las personas que no han vivido lo que vivimos nosotros. Te puedo asegurar que, entre nosotros, nunca existieron los celos, las simulaciones ni los engaños. Hasta eso, creo que, después de la loca, Martín no volvió a serle infiel a Paty -al menos, no en el sentido tradicional-, aunque siempre bromeábamos con eso.
Yo te he contado muchas cosas de mi vida para que puedas entenderme, pero creo que necesitaría que tú me contarás muchas más para que yo pueda entenderte a ti. Por ejemplo, me dejaste intrigada con eso de tus puntos de coincidencia con Paty. ¿Qué tiene que ver eso con tu llegada a su matrimonio?
¡Ah!; es que tú tampoco me has dejado terminar. ¿Sabías que Paty fue la primogénita de una madre soltera? Su papá no es, en realidad, su padre biológico. Su mamá era maestra en su temprana juventud y se enamoró perdidamente de un maestro, compañero de ella, con quien procreó a Paty. Pero, después de que ella nació, se enteró de que el susodicho maestro era casado, por lo que no pudo o no quiso -para el caso es lo mismo-, afrontar su responsabilidad. De modo que, tuvo que vérselas sola, con la bebé, hasta que conoció a don Enrique, con quien se casó. Por eso Paty siempre lo vio como papá. Ella no supo nada de esto, hasta que cumplió doce años, pero, aun así, me contaba que ella nunca vio que el señor la tratara de forma diferente a como trataba a sus otros dos hermanos, quienes sí son sus hijos biológicos.
¡Vaya!; esto sí que es nuevo para mí. No sabía que algo así había sucedido en la vida de Paty. Entiendo que este es uno de los puntos de coincidencia de que hablabas. ¿A ti te pasó igual?
A mí me pasó lo mismo; bueno, más bien, a mi mamá. Yo también fui la primogénita de una madre soltera. Y, al igual que Paty, me tocó vivir casi lo mismo. Pero, deja que te siga contando la historia. Cuando Paty tenía apenas un año, su mamá conoció a su esposo y él la aceptó con la niña; se enamoraron, se casaron y se fueron a trabajar a Estados Unidos. Allá creció Paty y allá nacieron sus otros dos hermanos. Paty estudió allá hasta la high school, misma que no pudo terminar, debido a que después, todos tuvieron que regresar a México. El motivo de su regreso fue que el abuelo de Paty, papá de su mamá, estaba muy enfermo y a punto de fallecer. Como él siempre quiso mucho a Paty, pidió verla antes de morir. No estoy muy segura, pero creo que esto sucedió allá por el año de 1971, cuando Paty tenía trece años. Así que, regresaron y se instalaron en una casa que habían construido mientras trabajaban allá. La casa era muy bonita y muy cómoda, pero la familia no disponía de dinero para satisfacer sus necesidades de vida. La idea que tenían, era regresarse a Estados Unidos una vez que el abuelo falleciera. Pero, ya estando en México, sucedieron hechos, de los cuales no estoy bien enterada, que les impidieron regresar. El hecho es que, ya sin dinero ni para el regreso, sus papás tuvieron que ponerse a trabajar y dejaban a Paty y sus hermanos, al cuidado de una tía, hermana de su mamá. Ya para este entonces, Paty conoció a un chico de quince años, de quien se enamoró y se hicieron novios: Guillermo. Para mediados de ese mismo año, Guillermo decidió irse a trabajar a Estados Unidos, pues tenían la intención de casarse cuando Paty cumpliera la mayoría de edad. Y querían reunir la máxima cantidad de dinero que pudieran, tanto para la boda como para iniciar su vida juntos, ya como familia. Así que, este muchacho se fue a Filadelfia, a trabajar en una compañía dedicada a la construcción, que tenía allá uno de sus tíos. Sin embargo, ese mismo año, un huracán azotó esa parte de la costa de Estados Unidos, y Guillermo desapareció sin dejar rastro. Paty lloró mucho su pérdida, pero tuvo que conformarse con su destino y continuar sus estudios, junto con sus hermanos. Ella terminó la preparatoria a los dieciséis años y entró a la universidad, en la carrera de Administración de Empresas.
Sí; eso sí lo sabía. Fue por ese motivo que Martín la conoció, cuando ella cursaba el tercer año de la carrera y fue a prestar su servicio social a la misma empresa donde él trabajaba. Eso fue en 1976, cuando ella tenía dieciocho años.
Así es; pero, antes de que esto sucediera, Paty pasó por el trauma más grande que puede sufrir una mujer: fue violada. Esto sucedió en 1974, cuando contaba apenas con dieciséis años; era casi una niña. El responsable de esta atrocidad fue un miembro de su propia familia: Iván, un primo de ella; uno de los hijos de su tía, quien estaba encargada de cuidarla a ella y a sus hermanos. El muy desgraciado ya era mayor de edad y se metía no sé qué tantas porquerías; estoy hablando de drogas. Así que, en uno de esos episodios en que se encontraba bajo el influjo de esos estupefacientes, abusó sexualmente de ella. Y no fue una sola vez; lo hacía cada vez que le daba la gana. Al principio lo hacía él solo; pero después, se hizo acompañar de sus amigos, tan drogadictos como él, y abusaban de ella de manera tumultuaria. Y la amenazaban con matar y violar, también, a su hermana menor. Por eso ella tuvo que callarse la boca y aguantar sola esos constantes abusos y ultrajes. Esto, aunque no nos guste, es más común de lo que quisiéramos aceptar. Este maldito hijo del demonio -que no de su tía-, abusó de ella por casi dos años, hasta que ella llegó a hacer su servicio social a PEMEX, conoció a Martín, se enamoraron y terminaron casándose en 1976, cuando ella tenía ya dieciocho años, como bien lo has dicho tú. Ya para ese entonces, Martín tenía treinta y cuatro años y cuatro de “viudo”, pues tú habías “muerto” en 1972. Nadie habría creído que ellos se iban a casar, pues, aunque casi nadie sabía las tragedias que había vivido Paty -la “muerte” de su novio y las violaciones de que había sido objeto-, todos veían la diferencia de edades de los dos: dieciséis años. Pero Martín era todo un caballero; siempre lo fue. Y tenía todo para enamorar a cualquier mujer: era guapo, refinado, educado, culto, bien preparado; un hombre como el que todas las mujeres quisieran tener de marido. Su único defecto era que le gustaban demasiado las mujeres y que las mujeres, casi siempre, respondían a sus requerimientos. Por eso, y después de cuatro años de viudez, nadie creía que fuera a volver a contraer nupcias. Y, menos con la recién llegada a hacer su servicio social, no obstante que, también tenía todo lo que un hombre pudiera pedir en una mujer: joven, hermosa, refinada, educada, con una amplia cultura y que, además, hablaba dos idiomas. Todo esto influyó en el ánimo de Martín para conquistarla y buscar una relación seria con ella, no me cabe la menor duda, pues fueron muchos de estos mismos atributos, los que hicieron que yo misma terminara enamorada de ella. Pero, hubo algo más: él, además de lo ya mencionado, le ofrecía seguridad, algo que ella, en verdad necesitaba; y ella le ofrecía a él, inteligencia, algo que él, en verdad, valoraba. Una relación perfectamente simbiótica.
Me estabas contando que conociste a Paty en 1988. No tenía mucho de que habían pasado por el episodio de la loca. ¿Cómo fue que entraste en sus vidas?
Tienes razón; el episodio amargo de la loca empezó en 1985 y duró un año. Así que, tenía escasos dos años de que había terminado. Yo estudié la carrera de Educación Física en la Universidad Juárez y me especialicé como entrenadora deportiva. En ese año de 1988, yo era entrenadora en un gym sólo para mujeres. Y, hasta ahí llegó Paty; se había inscrito como alumna. Desde que la vi llegar, me gustó y pedí que me la asignaran para estar cerca de ella y conocerla; ansiaba saber de ella. Y, ansiaba que fuera soltera, pero me llevé una gran decepción cuando supe que no lo era; cuando supe que era casada. Pero, antes de seguir con esta parte de la historia, justo es que te cuente algo más de mí, para que puedas entenderme. Para que entiendas de qué hablo cuando digo que Paty y yo tenemos muchas similitudes en común. Y por qué terminamos amando, las dos, al mismo hombre: Martín.
Sí; justo será eso, pues ahora pareciera que es tu historia la que está sacada de una película de intrigas, y no la mía, como te había parecido al principio.
Martín creía que, a veces, la realidad supera a la ficción. Y que, en otras ocasiones, una y otra se traslapan y no hay forma de saber cuál es cuál. Y, yo estoy completamente de acuerdo con eso, por todo lo que representa la historia de nuestras vidas. Pero, como te venía diciendo, yo nací en 1954; soy hija primogénita de una madre soltera. Mi mamá se enamoró de un novio que tuvo a los diecisiete años en Canatlán, nuestro pueblo de origen: mi padre biológico, al que nunca conocí. Mi madre nunca hablaba de él y yo no sé ni siquiera cómo se llamaba, pues creo que a ella le resultaba vergonzoso hablar del tema. Así que, desde que tengo uso de razón, crecí sólo con mi mamá y con mis tías, quienes se encargaban de cuidarme, ya que mi madre salía a trabajar todo el día, pues no le quedaba opción. Cuando yo tenía diez años, en 1964, fui violada por uno de mis primos; un desgraciado hijo de puta del cual no quiero recordar su nombre. Por eso digo que esto de los abusos sexuales, es más común de lo que quisiéramos aceptar. Esto sucedió en Canatlán, mi pueblo natal, donde vivíamos. Cuando se lo conté a mi mamá, simplemente no me creyó. Así que, tuve que seguir aguantando los ultrajes de este hijo del diablo, cada vez que se le “hinchaban los tompiates”, al muy desgraciado bribón. Te digo que Paty y yo hemos tenido vidas casi paralelas. Después, mi mamá se casó con un señor muy respetuoso, al que yo reconocí como mi padre, y nos fuimos a vivir a Ciudad Juárez. Allá estudié la secundaria y la preparatoria. Posteriormente, me regresé a Durango para estudiar la carrera que ya te mencioné. Sin embargo, por ese episodio traumático por el que me vi obligada a pasar, desarrollé una gran aversión por los hombres y todo lo que tuviera que ver con el género masculino. Tan es así, que nunca tuve novio; lo que sí tuve, fueron novias. Yo me consideraba a mí misma, “gay”; hasta que conocí a Martín. Entonces me di cuenta de que, en realidad, no era tal cosa; pero tampoco era una mujer “normal”: era, más bien, bisexual. Estuve metida en algunas relaciones más -más o menos formales-; algunas, verdaderamente tóxicas. Hasta que conocí a Paty y nos hicimos amigas, sin que jamás hubiera pensado en pasar adelante, pues, como te digo, me frenaba el hecho de que ella era casada.