El día de la noche en que la vi, nada tenía de distinto a cualquier otro. La noche del día en que mis ojos encontraron semejante luz, fue claro entender que un punto de inflexión en mi universo se encerraba en sus ojos. Esos ojos. Esos que cargaban una mirada apagada... pero aún así, el resplandor iluminó aquel oscuro y descolorido nosocomio. Y se las arregló para brillar incandescente y total.
Esa noche mi estrella bautisome León y se ánimo a salir a correr por la noche. Salió. E iluminó una sonrisa diezmada que jamás volvió a ser igual. Pronto, sin terminar el juego -ni siquiera las mil charlas que mudamente nos prometimos en confidencia- el universo furioso dio con nosotros. Toda su ira de golpe. Toda la indignación por haber hecho real una unión sin el consentimiento de nadie y en contra de todos. De tan lejana que parecia mi estrella hoy se acurruca en mi pecho de vez en cuando. Y su león es quien lame sus heridas. Fugaz por haberse dejado caer ante su enamorado. Hoy deja su estela por donde va y su compañero rey de ninguna selva... La sigue no importa donde; importa ella y su luz.