Bajo al angustia de tu despedida,
vi tu piel pálida y amarillenta,
diciéndome adiós con un suspiro lento,
que traspasaban mis miedos,
más allá de mis lamentos,
sentí el arrepentimiento,
que marcaba todo tu cuerpo.
Te he querido padre mío,
como el azul del cielo,
y los vientos melancólicos,
más que a nada te he querido,
te he querido con el alma,
pero si la vida insiste en la muerte,
quien soy yo para retenerte.
Te dije adiós,
tocando tu mano,
rezando un rosario,
y amándote tanto.