El campanario suena entre la niebla de la noche. Espesos son los susurros del amanecer que aclama por ser visto, pero que aparece demasiado pronto para tomarlo como aviso. Aún las estrellas reposan en la suavidad del manto nocturno, mirándose y cuchicheando secretos entre sus luminosidades, brillando de vez en cuando, cada vez que escuchan una noticia de los seres de la Tierra… o de otros mundos.
Pero su madre, la luna, se rige poderosa y sin preámbulos con su brillo, con su detalle blanquecino, dándole a la majestuosidad espectral de la noche, un toque característico y lleno de romanticismo.
Y es ahí en donde se encuentran los caminos perdidos, los laberintos de preguntas y acertijos sin respuestas. Aquellos que se conocen, pero no saben qué es conocerse, aquellos que miran todo lo peculiar, pero ignoran el sentido errante de cada quien y se limitan a mirarse en la distancia y en la cercanía cada vez que pueden… pero en especial, cuando más se sienten solos…
Ambos conocen la soledad de distintas maneras, han atravesado sus infinitas murallas y le han dado la mano en momentos de solemne agonía. Perdidos muchas veces, buscan de su mano, supuestamente amiga; caen en sus brazos compasivos pero peligrosos de madre y duermen placenteramente en su regazo, sin tomar en consideración, que la mano suave y delicada que acaricia la superficie de su cabeza, es una mustia y corrosiva garra de engaños.
Pero aquella tiene sus virtudes, aquella sabe lo que desea y no desea ver. Aquella sabe el juego que de los “aquellos” que se refugian en su esperanza llenos de desesperanza. Ella sabe mover las fichas, eliminar unos cuantos peones, avanzar uno a dos pasos los alfiles y poner en frente al rey y a la reina del tablero. ¿Qué novedoso no les parece?
El rey es aquel individuo, de doble cara, un rey de corazones a veces, o un rey de picas que se oculta detrás de su verdadero yo. No sabe lo que desea, no sabe lo que quiere y no sabe lo que necesita. Se mece en la duda y en la incertidumbre, se mantiene latente a cualquier caso e ignora las miradas evasivas, aunque en ciertas ocasiones les toma más atención de la que debería. Tiene un corazón muy grande cuando su título es de corazón magno, ama a toda a quien se encuentra y encuentra a toda a quien lo ama. Sabe que amor no es lo que él piensa, pero aun así lo hace y se niega la verdad… es un rey con corona de papel, que tarde o temprano, lo tumbará un viento tan pequeño y verá que se encuentra entre la espada y la pared, mientras sus enemigos más fieles le dirán en su lecho de muerte “¡¡El rey ha muerto, que viva el rey!!”
La reina no se diferencia mucho de la realidad del rey, es una reina de picas, pero no sabe que su verdad es la de corazones, se destierra y se aleja, se hace ignorar y olvida que tiene a aquellos seres llamados personas a su alrededor. Vive más apegada a la soledad de lo que ella piensa, pero un sentimiento no fortuito la ha sorprendido. Se ha enamorado. Se ha enamorado de aquel rey que quiere conocer las respuestas sin saber las preguntas. Pero lo niega y reniega cada día, trata de borrar ese pensamiento de su mente y es cuando más la ocupa. Está perdida en un sutil sueño de matarlo o de amarlo cada día… y se pregunta en su sueño nocturnal “¿¡Por qué a mí?! ¿¡Por qué a mí?!”
Este es el juego de la soledad, esta es la carta y la jugada que ha ejecutado en su gran tablero de diversiones. Por el momento observa y tensa los hilos, los afloja, los deja caer. Sonríe y prosigue con su tortura:
“Él no sabe que ella lo ama, pero ella lo ama con locura y devoción, pierde la cabeza cada día que lo mira y esconde en su mirada la felicidad que él le provoca, pero él no sabe y sólo la ignora, sólo la mira y le sonríe y se voltea… Duele y duele de verdad, ¿por qué sigues a sus pies si no te aprecia tal cual eres?”