Aquí, en el infierno
otras almas arden en el mismo fuego.
Apenas distingo sus caras.
Pero sí sus quejidos. Sus lamentos.
Sus alaridos de sufrimiento.
Aquí, en el infierno
ningún alma se pregunta qué han hecho para estar aquí.
Simplemente arden y hacen prender
al que pasa a su lado.
Aquí, en el infierno
ningún alma tiene amigos.
Todos pelean por lo que no tienen,
sin saber que nunca lo tendrán.
Aquí en el infierno
la lucha es disimular, aunque se arda.
Aquí todos son extraños.
Lo único que les une es el fuego.
El sufrimiento del fuego.
Y haber olvidado que existe el agua de la vida.
Aquí, en el infierno
todo se quema eternamente.
Las brasas... queman lentamente,
con disimulo, como en un intento desesperado
de hacer ver que todo va bien.
Aquí en el infierno
arde todo. Algunas almas tienen recuerdos
muy difusos del agua que aquí nunca tendrán.
Y entonces se abalanzan, desesperados, sobre otra alma
como queriéndole robar esa gota que creen haber visto,
como en un espejismo.
Aquí, en el infierno,
las puertas no existen. Sólo los ruidos de los cerrojos,
que corren y descorren las almas
desesperadas, para aliviarse y fingir el aire que les falta.
Aquí en el infierno,
las almas apenas se distinguen.
Algunas fingen haberse acostumbrado al fuego,
porque no saben vivir al aire, al agua.
Tanto es así que temen el aire y el agua,
como si estos elementos fueran los causantes de su desgracia.
Y no el fuego en el que arden.
Aquí en el infierno
no hay vida, no hay agua, no hay luz.
No hay muerte.
Ni paz.
Aquí, en el infierno
están las almas que pugnan por salir.
Por ir al cielo. Pues algo las castigó,
las retuvo hasta que fueran juzgadas.
O fueron juzgadas y esperan un juicio nuevo,
que no saben cuándo llegará.
Aquí en el infierno
la esperanza es el oro de las almas.
Una gota de esperanza se vende a precio de oro.
Se abalanzan unas almas sobre otras,
sin saber lo que buscan.
Aquí en el infierno
si excepcionalmente sopla una brizna de aire, que muchas veces se confunde con esperanza,
el alma o las almas sueltan un alarido
que provoca un incendio incontrolado sobre la tierra.
En algún bosque, en algún edificio.
Aquí, en el infierno,
confunden las ventosidades con el oxígeno que respiraban cuando no estaban en el infierno.
Aunque luego se dan cuenta del mal olor.
Y una ventosidad es el recuerdo de cuando estaban en el aire. Y el recuerdo les huele mal.
Porque no recuerdan lo que es estar bien.
Aquí, en el infierno,
algunas almas que han vivido aquí más que ninguna,
rezan sin saber si rezan la biblia de dios o de satán.
Mientras rezan arden, arden, arden.
Y no esperan la hora de su muerte. Porque no distinguen
la vida de la muerte. No saben si están vivas o muertas.
Aquí en el infierno.