Un día de verano, como casi cualquier otro, decidí salir a pasear por la taiga. Todo estaba tranquilo, como fue desde el primer día que tracé mi camino sobre la tierra y la vegetación. Pero esta vez mi antojo era diferente, esta vez me dirigí al norte.
Varios minutos más tarde vi una planicie moderadamente extensa, sin árboles y simétrica, entonces me aproximé a ésta con inquietud. Al estar totalmente cerrado entre las paredes de árboles, miré hacia el cielo para calcular cuánto tiempo aguardaría hasta el anochecer, pero las nubes no me dejaban ver dónde se posicionaba el sol. Fue en ese momento que me percaté de un comportamiento raro de las nubes, parecían reunirse en una sola que estaba justo sobre mí. La nube era cada vez más densa y oscura.
Cegado por el brillo del cielo, miré alrededor de mí pero sólo veía un blanco brillante. Creyendo que seguía deslumbrado, me tapé los ojos en varias ocasiones hasta que me di cuenta de que eso era inútil y entonces relacioné el matiz blanco suponiendo que era nieve, aunque no recordaba haberla visto antes.
El terreno estaba tapizado de blanco y las coníferas traspasaban la nieve de rama en rama, de arriba a abajo, como si jugaran. Del cielo comenzaron a caer algunos copos de nieve, escasos y dispersos; yo miraba asombrado aquel espectáculo, hipnotizado por cómo caían, tranquilo por la paz que me transmitía.
Una dulce y suave voz se oía sin distinguir su origen, pues parecía provenir de todos lados. La reconocí; esa voz femenina, una voz azul y angelical. Lo curioso es que no podía recordar de quién era, sólo sabía que la conocía y que era alguien muy importante para mí.
Ahí estaba ella, una dama a algunos metros de distancia, danzando sola, además parecía estar conversando. Me fui acercando lentamente mientras veía sus movimientos, tan precisos y delicados movimientos, con una soltura excepcional. Al estar a pocos pasos de ella, se volvió a mirarme y me dijo con toda familiaridad "Hola, cariño. Te estuve esperando".
De nuevo me parecía conocida, pero esta vez por su rostro y aunque no pude recordar de quién se trataba, me sentí enormemente atraído por ella. Inmediatamente después de decirme eso, ella se volvió al cielo y comenzó a correr. La caída de la nieve se aceleró bastante y se bloqueó la visibilidad.
Traté de reaccionar rápido y la seguí en cuanto ella corrió, aunque a los pocos segundos la perdí de vista. Desorientado continué corriendo y a medida que la tormenta se volvía más densa, mi miedo era mayor.
Entonces, al dar el último paso, mi pie no encontró el suelo y sentí que comenzaba a caer. Me llené de ira, frustración e incertidumbre. No sabía qué pasaba, no podía ver nada; tal vez estaba a punto de morir y ni siquiera comprendía por qué.
En un parpadeo forzado y prolongado, volví a estar de pie en tierra firme, con ella frente a mí, mirándome extrañada. Sentí como si mi cuerpo se deshiciera del miedo, sentí como si mis órganos internos se estuvieran drenando dejándome vacío y mis manos sentían frío y ansiedad como causados por la frustración, por el vértigo. Ella no quitaba su mirada de mí a la vez que seguía haciendo diálogos que sonaban tan artificiales.
Yo ya sospechaba de esa realidad, así que en un intento por despertar, parpadeé de manera que pudiera abrir los ojos y despertar pero no obtuve resultado. No pude evitar volver a mirarla directamente de nuevo y noté en su mirada alguna especie de singularidad que me alarmaba.
Traté de pensar o recordar algo que me indicara qué me llamaba la atención y producía ese enigma. Sabía que ella tuvo relación con mi pasado, pues mirar esa mirada hacía sonar dentro de mí como una alarma. Pero cuanto más pensaba, más confusos se volvían mis pensamientos y cada vez que surgía uno nuevo, olvidaba inmediatamente el anterior.
Ella me llamó por mi nombre y me preguntó: ¿Tienes algo, mi amor? Sus palabras resonaban dentro de mi cabeza también como una alarma, mi corazón se aceleraba y esa sensación me parecía familiar.
Inevitablemente me perdí en la multitud de pensamientos; no había remedio, la locura mató mi mente. Era imposible recuperar algún recuerdo, sólo quedaban las dudas de las cicatrices de mi memoria, y así las repasé infinitamente durante la eternidad de un instante en el que mi corazón se detuvo.