La soledad me abraza entonces con sus brazos eternos. El techo ahora es un teatro de ideas para mis ojos mientras recuerdos, salen de sus jaulas para su siguiente procesión.
Allí en la oscuridad, se forja la llama de un deseo inmortal. Sonrisas y miradas se destellan en mi mente como los fotogramas de una animación breve y sin final. Una profunda sensación de dolor se cuela dentro de mi pecho como si fuese su hogar y, en un intento de reprimir esas reminisencias, el aroma de su perfume me arrastra al mundo de los recuerdos.
Evoco cada partitura de nuestra historia, como si el día en que nos conocimos renaciera hasta su final que parece no serlo. Todo quedando atrás, entre tanto yo, frágil y hundido, llevo sus cadenas sobre mis hombros como si fuesen mi cruz.
Pierdo la noción del tiempo y la lobreguez de la habitación lentamente se convierte en sus pupilas. Allí tras la puerta logro percibir los destellos de sus írises alumbrados. Algo me grita que debo salir, pero el miedo recorre por cada finura de mi ser hasta inmovilisarme en un incesante letargo. Sin comprenderlo, caigo a un avismo donde papeles cicatrizadas por tinta son el tornado en el que caigo.
Entonces despierto en un vergel con las extremidades entumidas. El color del pasto me resulta insólito, es blanco como la Luna; las flores tienen raíces obscuras y sus pétalos son albos y refulgentes como la sonrisa que tanto amaba. Me levanto confuso del suelo y a lo lejos vislumbro una floresta humilde. Los árboles me invitan a su desfile estático con sus hojas blanquecinas en un viento que consiguió estremecerlos.
Accedo.
Me instalo maravillado de la opacidad que tiñe el lugar. La brisa una caricia que me susurra su nombre frecuente. Los huesos del bosque me indican el camino aún sin revelarme cuál es el final. El corazón me late con fuerza cada vez que doy un paso hacia adelante, el misterio frunce mis esperanzas mientras mis manos escudriñan estructuras por dónde sostenerme. Logro escuchar el oleaje de una costa a lo lejos, mis pasos ahora son rápidos y seguros.
Una playa.
El agua parecía cristal y al fondo podía ver el interminable océano temible. La arena nívea bajo mis pies me sugería seguir el camino, pude presenciar su gran semejanza a la nevizca tan pronto lo había visto. ¿No es este el final?
A lo lejos mis ojos avistan la figura de una mujer de espaldas. Su vestido largo y sonrosado juega con el viento y su cabello cobra vida a través de la brisa calmosa, la Luna curiosa y anonadada se dispone a contemplar su inimitable belleza como si de la misma se tratase, y yo, bajo las sombras de un sueño interminable, me detengo a unos cuantos metros de Ella para ser testigo del fervor.
Pierdo el ritmo de mi respiración.
Sus dos Soles mirándome son la razón de mi inmovilidad, la razón de que exista un paraíso quizás.
Sus labios exquisitos forman con lentitud una sonrisa perfecta; sus ojos se enchinan tan lento como el amanecer, cubriendo un poco la luz sideral que habita en ellos como las sábanas del anochecer; y entonces pude notar a través de su mirada, que dentro de mí latía una pasión.
Su mano posa en la mía. Sus dedos apresan los míos. Es como si sintiese un hielo en mi piel. Un fantasma acompañándome en este mundo obscuro y extrañamente albo es en lo que soñé.
Despierto en penumbras y una sensación de agonía se apodera de mi pecho. Recuerdo que fui arropado por sus brazos, recuerdo que he saciado mi sed en sus labios. Y sin embargo, envuelto en el añoro y en lágrimas a su nombre, decido recordarla una vez más...
La soledad me abraza entonces con sus brazos eternos. El techo ahora es un teatro de ideas para mis ojos mientras recuerdos, salen de sus jaulas para su siguiente proseción.
Allí en la oscuridad, se forja la llama de un deseo inmortal. Sonrisas y miradas se destellan en mi mente como los fotogramas de una animación breve y sin final. Una profunda sensación de dolor se cuela dentro de mi pecho como si fuese su hogar y, en un intento de reprimir esas reminisencias, el aroma de su perfume me arrastra al mundo de los recuerdos...
Para siempre...