¡Cuando los hijos se van
que triste se ve la casa!
Sentimos que el tiempo pasa,
sin emoción y sin prisa
pues se fueron las sonrisas
que alegraban nuestras vidas
dejando con su partida,
un silencio abrumador.
Nunca ha podido el amor
de padres, contra el destino.
Teniendo enfrente el camino
y el ansia de caminar...
Tristes vemos desfilar
uno por uno a los hijos,
aunque sabemos de fijo
que tal vez no volverán.
Las estaciones se van,
así como van llegando
y vivimos esperando
que algún día nos visiten
pero a diario se repiten
sin que nos llegue el consuelo,
sólo Dios sabe en el cielo
si algún día regresarán.
En el jardín ya no están
aquellas flores bonitas
que todas las mañanitas
regábamos sin cesar...
Y es que se vuelve pesar
la esperanza sin motivo
que mantiene aún consigo
la ilusión de que vendrán.
Cuando los hijos se van,
todo se torna sombrío
y en el corazón el frío
se nos mete sin piedad...
Pero aún en la soledad,
algo muy dentro nos grita
esa mentira bendita
que la esperanza mantiene.
Algún día cuando suenen
las campanas del final,
quien sabe si en el nidal
se reúnan los polluelos,
y en la duda y el desvelo
que por las noches abraza,
nos queda grande la casa
porque los hijos no están.
Colaboración de Virunga
México