Sonroja el cielo. Sus rubores encienden los filos de las aceras
simulando una brasa a punto de morir, cruje centellea, se resiste,
recorre, rutinaria salpicando incertidumbres y ahogados llantos; camino a casa, tropieza con toda clase de ausencias y esperanzas vanas.
Entrega, resignada, la interminable estafeta; llega a casa y frente al espejo, se desvanece en oscuridad, nubarrones y algunas estrellas.
Del ocaso a la noche se diluyó en una lágrima.
Colaboración de
Juan Frausto
México