Son la luz de cada mañana
que al despertar ilumina mi camino,
o como el agua dulce que de la montaña emana,
o el abrazo de una madre a un niño.
Cuando tristes están como al cielo rojo
casi llamando a aquel mal tiempo de torrente,
o cuando se iluminan de cualquier enojo
aun así, me gusta mirarlos de frente.
Su color es inexplicable,
su luz inalcanzable,
pero cada que me miran,
siento que mi corazón se abre.
He ahí esos dos luceros que a mi cielo encantan
que cuando me miran de frente,
a mis penas espantan,
Tan sólo... tan sólo con verte.
Colaboración de Adriana Espinosa Montalvo
México