Hola, una vez más. Te escribo nuevamente. Hace muchas noches que no duermo y pienso en ti. Vienes a mi mente como siempre. Tu recuerdo es mi sueño constante.
Las tardes son frías e incoloras, como una especie de hueco vacío que aturde los sentidos. Estás presente en la finitud de mi memoria, tu imagen se alza en todo lo que miro.
Los días son tan escasos que podría contarlos, podría deshojarlos como una rosa marchita y llorar cuatro lágrimas sobre el número de pétalos, porque tú casi eres eso, un número, una ecuación de un ayer proscrito que aflora en mi matemática presente.
Ahora mismo estoy temblando. Causas un terremoto dentro de mí y me dan miedo estas horas que parecen pegadas a una pared inaccesible, siempre mirándome de frente, siempre gritándome lo mismo, que no eres mío, que no volverás nunca.
Y le escribo a tu alma, añorando que una parte de tu ser despierte y sea invadido de pronto por aquellas mariposas noveleras que una vez sentiste, esperando que adivines, que sospeches que te aguardo en la inmensidad del tiempo, un tiempo sin nombre ni espacio. Y así, guardaré la esperanza de que un día cualquiera, tú te acuerdes de mí.