Anduve en una que dibujé a mitad de un papel arrasado por la melancolía de un vendaval, anduve calles y parques con un sol que también parecía un infante jugando a esconderse; a qué lugares no habré ido para decir que tiré una moneda en la fuente sin agua, pedaleando atmósferas y carreteras que iban hacia el vuelo absoluto, buscando a alguien quien me dé antes de morir su primera sonrisa y la pinte en cualquier pared de mi memoria, para creer mas allá que la vida me compartió fibras de su locura.
Anduve entre postales y edificios atravesando sus sombras, lugares perfectos para mis suicidios aunque ninguno concluí, no hizo falta, no hacen falta, anduve veranos que me dieron y luego me quitaron el color de mis risas, yo viajé como nunca, yo reí como nunca, lloré en la ventana mirando hacia afuera, la bruma soledad, siempre así, detrás de mis juegos, de mí; yo volé desde el tercer piso, sin alas ni cometas, en bicicleta, atravesando penitencias del infierno, el corredor de los ángeles, Europa y mas allá, ambas esquinas para las tres de la mañana; y aquellos veranos de rostros pintorescos y nubes reprogramadas, jamás olvidados, alguna vez se desprendieron de las ruedas y los recuerdos para vestirme de infante a la hora exacta de mi primer deceso.
No sé cuantas horas perdí pedaleando en un kilómetro vacío, en la noche, no sé cuantas lunas menguantes visualicé entre columnas de humo, mi propia nube, el hecho es que en todas partes toqué la puerta de la felicidad y luego salí corriendo, porque estaba jugando, porque era de a mentiras, así como la vida que dependió de cómo se meneaba un columpio, en las tardes que se ahogaban frente a mi terraza coloreadas de mi sangre, matar y matarme, olvidarme; y cuando el tiempo sacudió abrazos de plástico desde mi bicicleta, un papel y tinta negra, vi desde mi inocencia absurda y tonta las ansias del dolor para calmar su sed con mis lágrimas, secas en la pared de mi habitación porque de todo fue la única realidad.
Cómo dolió entonces llorar por lo que un espejo le daba la gana de mostrar cuando el silencio de la noche entraba por mi ventana, anduve veranos que me susurraron desde los árboles y las soledades “víveme mágico”, yo disfruté como nunca, yo enloquecí como nunca, ante la fantasía que significaba probar desde niño alegrías extemporáneas sólo para creer montarme siempre en una bicicleta.