No es la primera vez que me encuentro ante la necesidad
de abortar un despegue que parecía tan seguro.
Empiezo a rodar por la superficie de la pista de tu cuerpo;
el mando de dirección del avión de mis deseos es muy sensible
a las variaciones de velocidad y actúa rápidamente ante cualquiera
de tus movimientos.
Circulo despacio, vigilando cada una de tus inclinaciones,
siempre atento, siempre cuidadoso;
ya he realizado un chequeo previo:
aún llevamos nuestra ropa puesta,
nos encontramos todavía de pie, en posición vertical;
todos mis sentidos encendidos en alerta máxima
y los frenos de mis manos se encuentran desenclavados.
Es el momento de accionar con cierta energía
para reducir tu resistencia,
para llevarte inmediatamente después hasta mi cama
y colocarte en posición horizontal
o apoyada en cuatro puntos.
Cuanto más fuerte es tu resistencia,
más enérgico es mi primer empuje sobre la fuerza de
tu voluntad;
circulo ya sobre la pista de tu intimidad,
tratando de no acelerar demasiado;
procuro no desviarme…
llego hasta el punto de entrada de tu sexo,
enmarcado por unas braguitas amarillas.
Ha llegado el momento de la verdad:
vamos a realizar nuestro primer despegue y al fin
vamos a volar juntos.
Me das confirmación para entrar en la pista y despegar.
Estamos en el punto de espera…
nos miramos a los ojos para comprobar, una vez más,
que no hay obstáculos que impidan nuestro vuelo.
Arrancamos de nuevo, a toda velocidad,
acomodándonos para alinearnos lo mejor posible
con los centros de gravedad de nuestros cuerpos;
acciono el mando de mis deseos hasta el régimen
de potencia máxima:
la carrera de despegue de nuestros ímpetus ha comenzado
y tratamos de corregir cualquier error de dirección de
empuje.
Continuamos acelerando hasta la velocidad de rotación
y entonces…
me comunicas que no tengo permiso para despegar
y que tengo que detener el avión de mis deseos
y devolverlo a su hangar,
sin importarte si en el trayecto deja un reguero de
fluidos: el vuelo 118 aborta.