A veces transita mi paso la misma huella del camino,
en este suelo argentino que dejó de ser patria soberana
veo el cartón en las paredes junto al harapo del niño desnutrido
que el ciego desbalance acentuó en papel la cruz del mañana.
En esos comprimidos espacios la carne truena atiborrada,
hasta el hueso cruje ante la confinación de lenta muerte.
El obstinado sortilegio tiró dados de hollines y venganzas
antifaz de carnaval a la magrez solitaria la mácula del cubilete.
Qué saben las altas torres de los oscuros ministerios
de la carne viva rilando en la escarcha con la púa en la espalda.
De la acuosa cuchara donde nada el estigma del fideo
ni de la herida al alma tísica que sin voz el dolor no clama.
El pringue de borrascas delata los suburbios
entre ruinas de sangre las calles se hastían de lágrimas.
Mausoleos de lamento, manchón de pútrido musgo,
la desvergüenza sortea gasas entre hospitales y plazas.
Donde el poder no arrastra el esplendor de su vara,
anda plácido entre las brumas de su majestuoso averno
mordiendo la tristeza de las masas angustiadas
donde el pie desnudo se ajusta al dictado del invierno.
Cubren latidos que pulsan corazones de intemperie,
el residuo irrumpe la exacta estadística del mandato
pero acá abajo sucios traidores de mueca inerte
la pompa claudicó hace más de cincuenta años.