Estoy harta, cansada, enfadada, frustrada. Es sobre todo una rabia y un enfado superior, me carcome de dentro a afuera. Me agota la vida, me la come, me la consume.
Estoy muy muy cansada. Cansada de luchar sola. Cansada de levantarme una y otra vez para volver a caer. Cansada de nunca hacer las cosas bien. De no tener ningún tipo de razón ni justificación ni la más mínima comprensión por haberme equivocado, porque da igual lo que haya tenido que soportar, que aguantar, que sufrir sin ningún tipo de respuesta. Cuando finalmente no puedo más y respondo resulta un hecho terrible y ya pierdo todo tipo de oportunidad.
Porque claro, la culpa es mía por no soportar más y reventar; pero no de las personas que me llevaron a mi límite y contra las que no se hizo nada. Y ya una vez que no aguanto más es culpa mía y no se le pone remedio.
Por lo que otra vez vuelve el ciclo sin fin de soportar, estar impotente, hundirme, no ser escuchada y volver a levantarme yo sola. Volviendo a unir todos los fragmentos desechos de mi alma y tratar de recuperarme.
A veces quiero pensar que cada vez que me rompo y me vuelvo a construir me hago más fuerte, pero realmente no siento eso. Todo lo contrario, me siento más y más débil, más frágil, más sensible.
Las lágrimas llegan a mis ojos como un manantial desbordante tras derretirse el gran bloque de hielo formado en las montañas a causa del fuego que lo rodea. Esto me causa impotencia porque no deseo llorar, hace que me duela la cabeza y no pueda respirar, llevándome a veces a un llanto sin fin que debo cortar para poder finalmente dormir entre mis lágrimas.