Te escribo, agazapado, mientras contemplo cuando dormitas, increíble niño.
Yo me muero por ti, en el instante en que has penetrado mis pensamientos como el sol en el rincón antaño de un recuerdo. Te quiero a cada hora, a cada instante en que nos abrazamos perdidamente enamorados.
Me muero de amor como un pájaro herido, como el dolor de la madre que no tiene consuelo. Me muero y no lo sabes, me muero en tu ternura sin fin, en esta tarde blaquecina donde mis huesos crujen de frío... y estoy ya muerto, como el oasis ahogado de sol en el desierto.
Me muero poco a poco, lentamente, de vez en cuando, y estoy muerto, y tú no lo sabes...
Me muero o estoy muerto y ya de nada sirve... me muero... a cada hora... en tu regazo pequeño, párvulo, en tu voz terriblemente tierna.
Me muero en el fondo de ti, en la inocencia, en tu mirada, en tu abrazo, en tu ósculo... y de muerte estoy muerto en tus pequeñas caricias, ¡oh! niño de mi alma, niño de mi vida; me muero en silencio, de pausa en pausa...
Me muero de ti. De tus ojos cafés, de tu diáfana mirada, de tus amores sin mácula, y tú lo sabes, cuando te miro, que de tu amor me muero.
Me muero y sin querer lo ignoras, pero no lo sabes; porque de haberte preferido serías como eres, porque Dios inmenso, a ti me envió para amar tanto...
Me muero de amor por ti, y tú no lo sabes, amor eterno...