¡Qué afortunado el silencio que no tiene que oír cuando te hecho de menos!
¡Qué afortunada la brisa que no importa si vas a prisa siempre tu cuerpo claro acaricia!
¡Cuán dulce el sol inmenso que siempre sus destellos amancillan tus besos!
¡Y que alicaído el viento que sin querer huele tu aliento!

Porque han pasado tantas formas, y desde aquella noche gigante ya no puedo ser el mismo... tú lo sabes, y te escondes entre la encruciajada de nuestro sacrificio, tú lo entiendes, pero la muerte nos quitará los sueños... amada mía... te escribo para ti, pero tampoco es para ti; porque este delirio que sembraste y regaste en mi alma como atestada llama tatuada, en mis partes humanas vacila... y aquel destino nuestro, pendiente... ha de quedarse llorando a bordo, esperando nuestro tren que ya jamás pasará.
Pero ven, y tienta mi corazón, ven y palpa las ganas que tengo de amarte, que al fin ya te he amado, y que al terminar el día no puedo empezar la noche sin ti.
Ven y toma mi corazón en tus manos y llorando dirás cuánto te he amado...
Pero ese no es el discurso, porque creerás que esto es para ti, pero tienes razón: es para ti, pero tampoco es para ti; porque sin importar mi angustia, vomitaste lo que por ti yo he sembrado, dejando este nido que hiciste en mi alma, vacío, hueco, carcomido de soledad...
Esto es para ti, pero también no es para ti; porque en tus brazos yo rendido,
¿Acaso crees que sí, que estoy enfermo y por eso lloro? No, este pesar diario es por ti, pero tampoco es por ti.