Vienes a mi celeste
con tus brazos eternos,
blancos ojos jazmín.
Con la sonrisa que sana
y verdes mandalas en tu frente.
Viene a mí tu continente
claros soles del poniente
a tus manos mi capullo
yo mariposa dormilona,
que se acuna en corazón.
Vienes trasmutada de belleza,
con la mirada de nobleza
marina y cándida tu voz,
traes calderas de esperanza
y una cera que no apaga,
por más que sople el viento atroz.
Y yo me planto en tu semblante
tú con manos de diamantes,
anclas zafiros de Dios.
Yo soy tu hijo tú mi madre
paz sobre paz,
paz y amor.
Llegas de alto ante el polen de tus nubes
y alfombras de flor en flor,
Con los ángeles que cantan
por las cuerdas del arpa de Dios.
Llegas pulcra e inmaculada
en las regatas del sol,
tú la reina transfigurada
y yo arrodillado ante Dios.
¡Tú María eterna madre de Dios!